En este diálogo de su novela histórica «La conspiración de los Alcarrizos», Max Henríquez Ureña pone en boca de uno de sus personajes que el Cibao fue uno de los primeros pueblos que se entregó voluntariamente al gobierno haitiano poco antes de 1822, contribuyendo a destruir con eso a la independencia proclamada por José Núñez de Cáceres el 1ro de diciembre de 1821.
No es falso lo que expresa Max Henríquez Ureña en su novela, sin embargo, esto no fue un acontecimiento espontáneo, fue, por el contrario, una trama bien elaborada, dirigida por habilidosas manos desde los aparatos oficiales del gobierno de Puerto Príncipe, pues, a partir de 1820, comenzó a circular por los pueblos de las regiones fronterizas de la parte española de la isla de Santo Domingo, el teniente coronel del ejército haitiano Dezir Dalmassi, proponiendo a los habitantes de Neiba, Azua, Las Matas y San Juan de la Maguana que se incorporaran al gobierno de la República de Haití, la cual ofrecía tierras, libertades, mayores empleos y grandes beneficios; pero en la misma medida que ofrecía estas ventajas, también intimidaba a los pobladores, advirtiéndoles que si no lo hacían, el gobierno haitiano utilizaría fuerzas armadas para proceder a la unificación de la isla. El mismísimo historiador haitiano Price Mars, con la rectitud que le distinguen sus trabajos de crítica histórica, reconoce sin reservas que el gobierno haitiano envió al jefe de Escuadrón Charles Arrieu, al teniente coronel Dezir Dalmassi y al coronel Fremont con la misión de convencer a la población de unirse a Haití.
Uno de los edecanes de Boyer, el teniente coronel Ysnardi, hizo llegar una serie de cartas al Alcalde Constitucional de Azua, Pablo Báez, donde le decía, entre otras cosas, los nombres de cada uno de los simpatizantes prohaitianos, es decir, a los dominicanos que, bajo la nómina o en negociaciones con Boyer, conspiraban para llevar a cabo la unificación de la isla, esos hombres eran: Pablo Alí, Pablo Báez (padre de Buenaventura Báez), Diego Polanco, Andrés Amarante, Santiago Fauleau, José Domínguez Arias, Campo Tavares, José Justo Silva, Joaquín Olivia, entre otros. En una de esas cartas, el propio Ysnardi reconoce que “el ejército haitiano ha pedido que la isla sea puesta bajo un solo gobierno, y se me ha elegido para intimaros a esta disposición”, estas cartas fechadas dos años antes de la unificación de la isla (1820).
Cuando José Núñez de Cáceres lleva a cabo la independencia efímera en diciembre de 1821, solo encontró oposición en el Cibao, pues, en Santiago de los Caballeros se conformó verdaderamente un organismo que rechazó el Estado Independiente de Núñez de Cáceres; enterados de esta situación de hostilidad, los haitianos entendieron que, el Cibao era un objetivo fácil de ganar para sus propósitos. En el mismo diciembre de 1821 Santiago y Puerto Plata se pronunciaron abiertamente parte de la República de Haití, enarbolando su bandera. En su totalidad, los haitianos lograron convencer para su causa a algunas personas, mulatas en su mayoría, de Cotuí, La Vega, San Francisco de Macorís, Azua, San Juan, Dajabón, Montecristi, Las Caoba, Santiago, Las Matas y Puerto Plata; el resto de los pueblos dominicanos se debatían entre proColombia (independencia de Núñez de Cáceres) y proEspaña (volver al dominio español).
Un grupo de comerciantes catalanes radicados en el Cibao, aceptaron de buena gana la incorporación de la parte española al gobierno haitiano, suscribiéndose a un documento donde le expresaban su apoyo al gobernante haitiano, Jean Pierre Boyer. Lo hicieron por resentimiento al gobierno independiente de Núñez de Cáceres que, al sustituir a España en el manejo de los asuntos públicos, impuso un empréstito de setenta mil pesos a los empresarios para las atenciones del servicio del Estado. Un hombre, buscado por la justicia de Santo Domingo, llamado Juan Núñez Blanco, acompañado de su hijo y varios hombres armados se hizo dueño de la Fortaleza de San Luis y enarboló la bandera haitiana como señal de que el Cibao se había incorporado oficialmente a la República Haitiana. Durante aquellos años se hizo popular un refrán prohaitiano de origen cibaeño que decía: “Si un Núñez nos ha extraviado, otro Núñez nos ha salvado”. Uno era Núñez de Cáceres y el otro Núñez Blanco.
1- “La conspiración de los Alcarrizos”, de Max Henríquez Ureña, Archivo General de la Nación, página 132.
2- Jean Price Mars: Ainsi Parla L’Oncle, Canada, 1973, Tomo I, pág. 111.
3- Joaquín Balaguer: La isla al revés, Editora Corripio, Segunda edición, Santo Domingo, 1984, págs. 17-22.
4- Leónidas García Lluberes: «Crítica histórica», Vol. II, Búho, Santo Domingo, 2013, pág. 72.
5- Roberto Cassá: «Antes y después del 27 de febrero», Archivo General de la Nación Volumen CCLXXVIII, 2016, págs. 54.
6- Frank Moya Pons: «La dominación haitiana», cuarta edición, Búho, Santo Domingo, 2013, págs. 19-22; 29
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