“El día avanza gradualmente, se está tornando triste. La tonalidad del cielo es cada vez más grisácea y nauseabunda. Las aves; por su parte, bailotean desesperadas en la oscilación del viento, cuyos cantos —que se van atenuando en el abismo de las horas— advierten la llegada de un ‘muy’ mal tiempo.”

El siguiente fragmento que el lector ha de apreciar, es el inicio de un texto que escribía hoy por la tarde, y mientras, seguía inclinado en mi “Micromundos” difuminando mis pensamientos en el teléfono; me llegó a la memoria la obra Paula, de Isabel Allende que leí en las postrimerías del año pasado; es por ello que abandoné dicho cuento para dedicarle unas líneas a esta obra autobiográfica de la autora chilena.

Paula, es el nombre de la hija de Isabel Allende, que, luego de padecer cierto tiempo en cama; muere de una enfermedad terminal hereditaria (ligada a la negligencia del centro médico en donde se encontraba ingresada). Ahora bien, ya que tienen una breve noción de la obra, puedo proseguir con lo demás… La novela, narrada con un estilo poético y con gran soltura, empieza cuando Paula está en el lecho de muerte. Su madre, mientras se embriaga de profundas reflexiones sobre la realidad en que la desgracia la tiene postrada, va rememorando toda su vida en tiempos paralelos conjugando años y décadas diferentes (cuyo estilo del buen narrar también caracteriza al gran Gabriel García Márquez). Su familia está reducida a cuatro generaciones, que empieza con la llegada de los pueblos Vascos a las costas del Chile de finales del siglo XIX. De aquel entramado de familias, hay una que, después de quedar en las ruinas pasan a ser únicamente sustentadas por el hijo más grande del matrimonio. Ese joven es “Tatá”, hombre robusto y de comportamiento considerablemente pesado, quien más adelante se convertiría en el abuelo de Isabel Allende al casarse con la “Memé”, una mujer de familia espiritista que predecía el futuro. En aquella casa ubicada en un entramado de bosquejos y montañas, se desarrolla toda la vida de la escritora, desde cuando dio sus primeros pasos hasta cuando empezó a asistir a la escuela; desde cuando su tío Román le enseñó el mundo del conocimiento (los libros de fantasía), hasta cuando perdió la virginidad con el pescador adolescente. La siguiente generación corresponde a la madre de Allende: una mujer trabajadora, donde, como consecuencia de sus desastrosos concubinatos la obligaron a trabajar fuertemente para el sustento de sus hijos. Para obtener una mejor calidad de vida, se tuvieron que quedar por cierto tiempo en Tel Aviv (Israel), donde la pequeña niña aprendió el inglés casi a la perfección y fue influencia por la cultura israelí. La tercera generación fue la de Isabel Allende como madre. Al igual que su progenitora esta también sufrió desventuras en el amor, hasta terminar casándose con un hombre llamado Willie. A mediados de los años cincuenta, Isabel Allende tuvo que buscar a su familia y exiliarse en Venezuela por la situación política que afrontaba Chile cuando el dictador Augusto Pinochet llegó al poder por más de diez años. Cuando su hija Paula se encontraba en la cúspide del éxito: casada con un hombre que la amaba más allá de infinito, profesional, joven, hermosa; etcétera, la enfermedad le provocó más de dos años en coma —viviendo a través de un aparato—, y finalmente le provocó la muerte.

Cada vez que la autora vuelve a su realidad, lo hace experimentando una serie de sentimientos sobre la vida y la muerte, sobre el sufrimiento eterno de los seres humanos, sobre el más allá como la verdadera liberación ante un mundo lleno de maldad. A continuación, unos fragmentos de los tantos que he subrayado en esta maravillosa obra, que por cierto, es la única (a excepción de algunos cuentos sueltos), que he leído por completo de su autoría:

“Desde que Paula se enfermó, una cortina de tinieblas oculta el mundo fantástico donde antes me paseaba libremente; la realidad se ha vuelto implacable.”

“Cierro los ojos y surge ante mí la imagen dolorosa de mi hija en su silla de ruedas, con la vista fija en el mar, mirando más allá del horizonte, donde empieza la muerte. ¿Qué sucederá con este gran espacio vacío que ahora soy? ¿Con qué me llenaré cuando ya no quede ni una brizna de ambición, ningún proyecto, nada de mí? La fuerza de la succión me reducirá a un hoyo negro y desaparecerá. Morir… Abandonar el cuerpo es una idea fascinante.”

“La lluvia es un manto de oscuro cristal y las nubes sombrías asoman entre las copas de los negros árboles y el viento me muerde los senos, se mete en mis huesos y me limpia por dentro con sus helados estropajos.”

Ryan Bladimir Santos

Ryan Bladimir Santos Roque (Salcedo, provincia Hermanas Mirabal, 20 de septiembre del 2000). Estudia Educación Básica en la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD), recinto Santiago. Ha sido animado, reconocido y felicitado por numerosos escritores, críticos y poetas de país. Pertenece al taller literario Virgilio Díaz Grullón de Santiago, cuyo director es el poeta y gestor cultural Enegildo Peña, igualmente forma parte de la literaria Miercoletras, dirigida por el laureado poeta y ensayista Juan Matos.

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