—Sabes, a veces quisiera sentirme importante, o pensar que lo soy— dijo Seemond mirando el techo.
— Quizás lo eres, y te estás dando importancia con esa pregunta, ¿No crees? Bueno, lo digo porque quieres que de alguna manera me preocupe— repuso Aldo.
— No me gusta darme importancia, si no has entendido el enunciado, lo que vengo diciendo es que a veces quiero sentirme importante y solo quiero ser responsable de mi propia percepción, la percepción de los demás es insostenible— dijo Seemond flaqueando las cejas.
— No siempre es así — replicó Aldo tranquilamente.
—Opino lo contrario, ser responsable de la percepción del otro es internarse por decisión propia en un manicomio.
— Es que no has entendido que a veces hay que darle a cada uno lo que desea — dijo Aldo.
— ¿Darle a cada uno lo que desea? Estás más loco o más cercano al manicomio de lo que creía. Si le das a todo el mundo lo que desea, evidentemente te quedarás sin nada, tendrás menos que yo, que proteje sus propios intereses y de alguna manera busca recrearse en sus propias riquezas— replicó Seemond convencido.
— No creo que proteger sus propios intereses sean necesariamente riquezas como le llamas a tu ego disfrazado de dignidad— repuso Aldo.
—Entonces ¿Qué es ego y qué es dignidad? Siento que no sabes ni siquiera separar estos dos términos. Lo que pasa es que eres demasiado bueno o muy malo para ser bueno. Darlo todo por el todo es mal de los buenos.
—Para mí el ego se trata de ser demasiado considerado hacia uno mismo, una mal formación de la casualidad del individuo y sus experiencias. La dignidad es más un proceso evolutivo que nace de una reflexión y termina en una decisión. La dignidad es un atributo de la filantropía, y el ego , en cambio, una virtud del dictador.
— Una definición no es más cierta por ser descrita de forma intencionalmente poética. Tendrás palabras convincentes, pero tus teorías se caen frente a lo práctico— aclaró Seemond.
—Tienes razón, uno no puede creer que se siente importante, cuando en verdad quiere que lo vean importante, y estar en un estado de negación cuando le indiquen que en efecto es importante. Al menos esa es tu teoría, y aunque reniegues de las teorías, esa te ha servido de una manera bastante práctica. Al final de cuentas, las teorías son verbos o terminan siéndolo dependiendo del entusiasmo y perseverancia del citador— dijo Aldo mirando a su interlocutor.
— Las teorías nunca se cumplen para alguien que ve su vida como un laboratorio de ciencias, que espera, más que una reacción, un resultado absoluto y totalmente contrario a lo que pensó. Eso para mí es una teoría, una señal o una probabilidad al fracaso y una pequeña esperanza a la vida.
— Creo que te estás engañando tú mismo, es una mala costumbre tuya, esa de no querer hacerte sentir. Muy a menudo, vejetes cómo tú creen que sus tantos años aplacan el dolor y la soledad, y que son lo suficientemente fuertes y fríos para que no le afecte un disparo. No tienes qué porqué introducir ideas nuevas en tu cabeza, cuando de alguna manera sabes que son viejas y establecidas realidades. Así que admítelo, eres importante, y más aún para la rivalidad que compartimos.
—No era mi intención que pensarás todas esas cosas y te atrevieras a derrochar todas esas palabras, que en cuánto a mí me parecen absurdas, lo único rescatable de esa importancia es nuestra enemistad amistosa, con eso me quedo— dijo Seemond finalmente.
—Bueno, que no se diga más , importantísimo rival— dijo Aldo sonriendo.
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