Por: Miguel Contreras
Sucede con el fanático lo mismo que con el ignorante: ignora su propia realidad. El ignorante ignora que es un ignorante y hasta se cree supersabio. Esto ya se ha comprobado y hasta tiene su nombre: Efecto Dunning-Kruger: gente estúpida que se cree inteligente. Y el fanático ignora que es un fanático y, según su propia opinión y la de su madre, es la persona más objetiva y racional.
El fanático se siente orgulloso de ir contra corriente, se declara anarquista y librepensador, reniega de la moral y predica la tolerancia, pero si alguien le roba, no tardará en decir que es inmoral, y no tolera al que piensa diferente. Creen que decir «soy ateo» le convierte automáticamente en científico, cuando, irónicamente, en sus argumentos no hay una pisca de lógica, y no hay que ir muy lejos para demostrar que están cargados de prejuicios y falacias de todo tipo.
El fanático es el espécimen insoportable que ve fanatismo incluso en las ideas más objetivas y lógicas, mientras erige altares a sus ideas infundadas. Ve el fanatismo religioso, y lo ataca (eso está bien). Ve el fanatismo político, y lo ataca (eso está bien); pero se hace de la vista gorda cuando se trata del fanatismo irreligioso.
Todo fanatismo es malo, no importa cuál sea su versión. Lo desdeño. ¿Pero a qué viene todo esto? El caso es que no se puede hablar con un fanático irreligioso sin que haga la siguiente peligrosa y absurda afirmación: «la religión ha sido la principal causante de las guerras». Y hay que ver el odio con que lo dicen, porque de verdad se creen sus propias mentiras.
Para estos entes insoportables nadie razona bien, excepto ellos. No les importan los datos, ponen sus prejuicios por encima de todo.
Me sucedió recientemente. Alguien que espumaba odio contra los religiosos hizo la afirmación de marras, y le pedí que me hablara más de ello, que diga de dónde extraía esa afirmación, y la furibunda fanática lo único que pudo hacer fue insultarme e intentar cambiar de tema.
Se creen defensores de la razón, pero lo que menos hacen es razonar. Uno apela a la argumentación sistemática, ellos apelan a las falacias; uno formula un silogismo, con sólidas y válidas premisas, ellos formulan una serie de prejuicios como sacados del aire.
Eso de que la religión es la principal causante de guerras parece venir de Sam Harris, neurocienífico y activista ateo autor del libro «El fin de la fe». En este libro el famoso ateo afirma que «la fe y la religión son la fuente más prolífica de violencia en la historia». ¿Pero es esto verdad? ¡De ninguna manera! Harris no es historiador y cae en el error común de los especialistas, señalado por Ortega y Gasset en «La rebelión de las masas»: creer que ser experto en un tema le faculta para opinar sobre temas de los cuales no sabe nada.
Es por eso que, como dice el también científico (pero en las matemáticas) Jonh C. Lennox, «sandeces, se quedan en sandeces, aunque sean dichas por un famoso científico». Algo no es verdad solo porque un genio lo diga, eso sería caer en la falacia de autoridad. Hay que remitirse a las pruebas. Siendo así, ¿qué dicen los historiadores respecto a las guerras? ¿Es verdad que la religión es la principal causante de las guerras, o se trata solo un prejuicio que los fanáticos irreligiosos han popularizado?
Bueno, los historiadores especializados muestran claramente que si bien es cierto que ha habido guerras causadas por las religiones, estas ni han sido tantas ni las peores, como los que odian la religión quieren hacernos creer.
En la «Encyclopedia of Wars», Charles Phillips y Alan Axelrod, ofrecen un listado de todas las guerras que ha habido. Después de un delicado y meticuloso estudio cuantificaron 1.763 de las cuales solo 123 fueron motivadas por las religiones. Eso equivale a menos de 7%. Ese % hay que dividirlo entre las religiones. Y, como afirman muchos analistas, «si se quitan las guerras que implican a musulmanes, quedan solo un 3,2% de guerras de naturaleza religiosa. Y, de esas, algunas son dudosas». Luego ese % hay que subdividirlo entre católicos, protestantes, y ortodoxos. ¿Es eso el mayor número de guerras? Solo un loco diría que sí.
Esto representa una patada en la boca de los que hablan desde el odio, la ignorancia, y el fanatismo. Y especialmente porque su odio hace énfasis en el cristianismo. Pues para nadie es un secreto que los fanáticos irreligiosos prestan interés particular a la fe cristiana. Incluso, muchos se declaran ateos cristianos. ¿Por qué será que no hablan ni escriben tanto contra el islam como lo hacen contra el cristianismo? ¿Por qué será que no se burlan tanto de Mahoma como lo hacen de Cristo? Yo sospecho que tienen miedo. Saben que el cristianismo predica la paz, el respeto, la igualdad y el amor entre todos los mortales.
Quieren acusar de sanguinario al cristianismo, pero el mandamiento esencial del cristianismo es el amor. El ateo lo sabe, pero la falta de honestidad intelectual no le deja admitirlo.
Cuando se es fanático, cuando se odia algo, se busca el mínimo pretexto para acusar al ente odiado de las peores y màs terribles cosas. Al que odia, por ejemplo, a los políticos, le bastará que dos o tres cometan un error para decir que todos los políticos son corruptos, y dedicarse toda la vida a predicar contra la política. Así, al que odia la religión le bastará con que dos o tres soldados, que pelean por motivos nada religiosos, digan «Dios está con nosotros» o «luchamos en nombre de Dios» para tildar de religiosa una batalla. Pero como ya se ha dicho, que dos ejércitos de religiosos se maten por razones políticas no hace de eso una guerra religiosa, por más que en ella se invoque a Dios.
Ser religioso no siempre significa luchar por la religión. A veces, lo que menos le importa al religioso es su religión, pues muchos son seducidos por el dinero y el poder. En ese orden, Philips y Axelrod consideran que algunos conflictos considerados religiosos, como el de Ulster, por ejemplo, no lo fueron en realidad, ya que el principal motor fue el nacionalismo étnico. No se trata, por supuesto, de justificar las guerras religiosas, pues estamos en contra de todo tipo de violencia sin importar su origen, sino de hacer honor a la verdad, deshaciendo mitos.
Por otro lado, la Enciclopedia de la Guerra, de Gordon Martel, calcula que solo un 6% de las guerras que se conocen pueden etiquetarse como religiosas. Esta afirmación, ofrecida por serios historiadores que tratan de ser lo más objetivos posibles, dado que no tienen una marcada inclinación religiosa, como podría alguien argumentar inútilmente, viene a secundar lo que afirman Phillips y Axelrod, como si no fuera suficiente.
Son datos, señores, no inventos.
Hay muchas cosas más que pudiera decirse para analizar este fenómeno, pero no quiero abusar del tiempo del lector, si es necesario escribiré una segunda parte. Espero que estas breves palabras logren, aunque sea en parte, su propósito: mostrar que esa afirmación (que la religión es la principal causante de guerras) es una mentira popularizada por el odio y el fanatismo irreligioso. Y si después de esto usted sigue diciendo esa estupidez, es porque su fanatismo irreligioso no tiene parangón, y su deshonestidad intelectual ha alcanzado niveles exorbitantes.
¡Shalom!
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