Por Leslie Ramírez
El Lazarillo de Tormes es una novela picaresca publicada en el año 1554 que cuenta los infortunios del jovencito Lázaro de Tormes a lo largo de su vida laboral. No me sorprende que la autoría de esta obra sea anónima, ya que se trata de una tremenda y osada crítica a la sociedad española del siglo XVI, revelando la cruda verdad detrás de las apariencias guardadas, especialmente las del clero. El Lazarillo de Tormes es la historia de un muchacho al que le tocó vivir desgracias que lo moldearon para poder resistir las venideras.
A pesar de que la novela habla de los reveses de Lázaro de Tormes, es innegable lo divertida e irónica que se torna la narración la mayoría del tiempo. Al ser las vivencias contadas en la primera persona del singular, el autor nos permite conocer los pensamientos del protagonista. Lázaro se volvió más astuto con el tiempo y, de igual forma, más pícaro. No se dejaba morir, aunque en ocasiones le pedía a Dios la muerte. En esta obra se mencionan mucho las palabras“fortuna” e “infortunio”, temas muy característicos de la época. El Lazarillo culpaba a la suerte por los males que le venían uno tras otro sin darle un respiro.
Entre los amos, uno de los peores fue el primero, el ciego, quien marcó e influyó más en la vida del Lazarillo. Con él conoció el egoísmo y la maldad y aprendió a ser sagaz y tramposo para conseguir no lo que quería, sino lo que necesitaba. El ciego fue tan cruel con él, que hasta le rompió los dientes, pero como venganza, antes de abandonarlo, el Lazarillo lo hizo saltar contra un duro poste que lo dejó aturdido en el suelo. Su siguiente amo no fue mejor, un clérigo tacaño que lo dejaba morir de hambre. Otro amo que llamó mi atención fue el escudero, que a pesar de ser el mejor jefe para el Lazarillo en lo que a trato se refiere, no tenía dinero ni para alimentarse a sí mismo, aunque aparentaba lo contrario.
El Lazarillo de Tormes nos muestra una realidad que pocos buscan resaltar de aquel entonces, que los clérigos no eran unos santos, que el honor valía más que una vida digna para muchos, que los pobres eran insignificantes y que cada uno se preocupaba por sus propios problemas. Lázaro fue un joven muy desdichado que contó su sufrimiento con humor y sarcasmo.
Desconozco si el autor era realmente el mismo Lazarillo y si vivió las mismas cosas que allí relató, pero estoy casi convencida de que experimentó u observó muy de cerca alguna de aquellas cosas por las descripciones tan detalladas y sentidas que brindó.
A lo largo de la obra pude percibir algunas palabras “mal escritas” por la transición del latín al español castellano, aunque fueron mínimas en comparación con el resto del lenguaje utilizado: ansí (así), priesa (prisa), proballa (probarla), desta (de esta), agora (ahora), mochacho (muchacho), obscura (oscura), desque (desde que), fasta (hasta), coxqueaba (cojeaba), mesmo (mismo), hobiese (hubiese), dubda (duda), directe (directo), defuntos (difuntos), etc.
En conclusión, el Lazarillo de Tormes es una obra que nos muestra la contexto social de España en el siglo XVI a través de las dificultades y miserias de un jovencito y de las vivencias con sus muchos amos. En lo personal, me encantó la lectura de este libro y me alegró mucho ver que al final Lázaro pudo tener estabilidad y paz, pues era lo mínimo que merecía después de todo lo que pasó. Aprendí que no debemos hacer oídos sordos a las necesidades de los demás, que no todo lo que brilla es oro y, sobre todo, que las cosas que nos suceden, sean buenas o malas, tienen el poder de marcarnos por siempre.
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