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Domingo Moreno Jiménes: un inmortal trovador de la poesía

Por: Ryan Bladimir


Innumerables serían las páginas destinadas a la vida y obra de este imperdible poeta. La poesía de Moreno Jimenes , no solo fue escrita para disfrutar de sus saboreables poemas; sino que, también Moreno escribió para ser estudiado; para reflexionar sobre su profunda y auténtica filosofía, para traspasar las barreras de los indetenibles años. Fue un trovador de todo un movimiento poético que rompió las leyes del Modernismo (aunque en sus inicios se puede apreciar la fuerte influencia del movimiento creado por el nicaragüense Rubén Darío); sustituyéndolo por el versolibrismo o verso libre. Desde su obra primera “Promesa”, publicada en el 1916, hasta su última obra “Del gemido de la fragua”, publicada en 1975; nos encontraremos con un Moreno Jimenes dinámico y en constante ascensión por los peldaños poéticos; madurando en el pasar de los años, aunque nunca con un cierto grado de dejadez en cuanto al tema que lo consagró como poeta desde sus primeros versos: el incógnito amor. A continuación el adolescente poeta:

Disconformidad:

Mucho engañado viví,

Y ojalá siempre engañado

Haber, mi bien, continuado

Por más tiempo junto a ti.

Pues, ¿qué hice? Descubrí

El horror de tu pasado,

Y una noche de tu lado

Lleno de pesar me fui.

Desde entonces vivo errante,

Siempre viéndote delante

Nunca pudiendo olvidar.

Lo mucho que nos dijimos

La noche que nos unimos

En un beso junto al mar. (1916)

En el presente poema, uno de los primeros escritos por Jimenes en su adolescencia, y publicado en el libro Promesa (1916), nos postramos ante un joven prometedor y ambicioso. Este versos resultan ser un efímero laberinto de sentimientos en el que somos transportados hasta el final. Nos habla de una historia de amor en unas cuantas líneas. Un amor dislocado una vez, pero unido con un inolvidable beso junto al mar. Este escrito, de arte menor, aguarda una musicalidad única, una ritmicidad constante y un natural fraseo regionalista.

Esperanza incierta

Espero que unos ojos me miren con dulzura

Como hace mucho tiempo nadie ha osado mirar

Mis pobres ojos tristes que mueren de ternura,

Mi pobre frente pálida que muere pesar…

Espero que unos labios se entreabran en la noche

Como esas flores bellas que exhalan blanda luz,

Como la noche augusta va desplegando el broche

Con vaporosa calma sobre el lejano azul.

Espero un alma amiga que con mi alma se una

Para en la hora indecisa del crepúsculo orar,

Y orando nos sorprendan los rayos de la luna

De nuestro amor rielando el anchuroso mar…

Espero algo intangible que yo no sé si existe,

Algo que al alejarse ha sugerido en mí

la nostalgia de verme tan demasiado tiste

¡El dolor de sentirme para siempre infeliz! (1916)

Este poema, publicado en su poemario Vuelos y Duelos ( muy elogiada por grandes críticos de la época), le siguió dando impulso a la poesía de Moreno. Aquí, con un poema Modernista de punta a punta, el poeta nos sumerge en unas profundas reflexiones sobre un ser que solo el sufrimiento, la desdicha del amor, y la soledad respectivamente; son su única mano amiga. Un ser que se ha entregado en cuerpo y alma al amor, en cambio no ha recibido nada. A mí entender, a partir de este poema es cuando realmente se inician las reflexiones de Domingo, que más adelante lo van a catapultar como el gran poeta que ha sido, es y será. Ya en lo que nos queda por recorrer, el lector del presente trabajo se sumergirá por entre la poesía ya madura de Domingo Moreno Jimenes. Los presentes poemas que les voy a citar, fueron escritos cuando el poeta pertenecía al movimiento “El Postumismo”, creado el 28 de marzo de 1921, junto a poetas como Andrés Avelino, Rafael Augusto Zorrilla y Francisco Ulises Domínguez. A continuación el postumista:

Treinta años

Es verdad que no era la misma;

Pero era ella misma:

Sus fragancias quedaron en mi alma

Pero su alma

Era la misma alma

Hermana de mi alma.

¡Tulia; Tulia! -Grité desde el Emparrado de Bella Vista,

Y ahora la encuentro menguada por los años.

Es la madrugada,

Y mi sangre se agolpa en un anhelo de resurrección;

¡Será por ventura la vida

Un hálito que se apaga en el tiempo?

¡Jamás!

Tulia es siempre Tulia

Y yo continúo siendo el mismo.

                                II

Amémonos más allá de la muerte;

En la eternidad y más allá de la eternidad.

                               III

¿Acaso Dios nos dejó en la tierra

Para cruzarse de brazos ante el destino de los hombres?

Irrumpamos sobre el destino de las cosas,

Y conquistemos de nuevo la vida. (1959)

El presente poema fue publicado en el poemario Santa Berta y otros poemas. Como se ha de apreciar, el escrito en verso es un conjunto de profundas reflexiones, en donde la filosofía penetra y se conjuga con la poesía del poeta. Nos habla de Tulia, una joven de la que una vez se sintió profundamente enamorado, y que ahora, ya Tulia casi irreconocible por las feroces garras del tiempo; quiere nuevamente sentir lo que alguna vez sintió por ella; ahora más allá de la muerte, un amor más eterno que la eternidad misma. Pero la filosofía no cesa aquí en unas cuantas cuartillas. Domingo Moreno Jimenes le cuestiona a Dios sobre el incomprensible propósito del hombre en la faz de la tierra: un propósito lleno de incógnitas, plagado de preguntas sin respuestas; todo un inexplicable existencialismo…

La contradicción eterna

¡Qué tristes y pobres

Estábamos en ese banco!

Parecíamos dos náufragos

Que la muerte extrajera una tarde de lluvia

De no sé que ignorada playa.

Eran las once en punto;

Ni la proximidad del medio día

Nos serenaba un poco.

La calle estaba inmóvil;

El patio estaba inmóvil;

La luz estaba inmóvil.

En el hogar su recuerdo,

Como el perfume de mil pomos invisibles,

Electrizaba todas las estancias.

Y ella, en un cuadrito tenue,

Parecía hablarnos con esa elocuencia

Que tienen los retratos de los seres queridos,

Con esa mirada que se trasmuta del pasado,

Agotando el tiempo,

Como si no hubiéramos vivido la vida que vivimos;

Como si nuestro término

Hubiera acaecido hacía muchos años.

Lo cruel del caso fue

Que su paso, entrecortado y sutil

Levantó una polvareda de gracia en nuestras mentes

Como si se hubiese empeñado Dios

En confiarnos en el universo de nosotros mismos.

Afuera todo había quedado igual.

Una fuente corría achacosa

Y un transeúnte desprevenido,

Se movilizaba de una esquina a otra.

(¡Oh, vida,

Qué incomprensible eres!)

Lo caótico es que nunca nos vamos

Y lo inmutable, que si nos vamos no venimos.

A decir verdad, este es uno de los poemas más oscuros de Moreno Jiménes. Si lo estudiásemos a fondo, tres o dos tratados filosóficos resultarían de tal estudio. Aquí, las preocupaciones existencialistas no cesan. El lector advertirá, además de una lejana melodía mortuoria, las preocupaciones de ese ser con personalidad creado bajo la pluma del poeta. Los tiempos: el pasado que arropa la existencia del hombre, un incomprensible presente, y un inestable futuro, son los temas primordiales que se tocan aquí; sin dejar a un lado las arraigadas súplicas a Dios.

Finalmente, me gustaría concluir el presente trabajo de la manera más grata posible. La obra poética de Domingo Moreno Jiménes fue creada para disfrutar toda la vida. Sin un lenguaje catedrático, logró una elegancia única. Lo que me preocupa es que no encuentro que haya sido valorado como se debe: ninguna calle o monumento lleva su nombre, a excepción de algunas pequeñas librerías y bibliotecas. Sin miedo a equivocarme, considero al poeta como todo un sabio, como todo un filósofo, como todo un maestro de la buena poesía dominicana.

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