Por: Ryan Santos
Nació en Los Mina, Santo Domingo, el 24 de junio de 1929 y falleció en el 18 de noviembre de 1969, con apenas 39 años de edad, debido a problemas hepáticos provocados por el alcohol y su estilo de vida desordenado.
Poeta a carta cabal. Proveniente de una cuna muy humilde, desde corta edad mostró su inclinación por la poesía, la cual cultivó cual el más versado representante de este género literario, a pesar de sólo haber completado un quinto grado de educación básica. Su gran amor por la lectura, y teniendo a César Vallejo como su ideal poético, rompió con todas las barreras de la extrema pobreza y la vida bohemia que le servía de marco vivencial, sobreponiéndose a las adversidades para desarrollar una línea que escapaba de lo ordinario y nadaba entre las formas cultas de la poesía.
Fue víctima de la discriminación, tanto por su origen social como por el color de su piel, y podría decirse que estas aberraciones raciales fueron aprovechadas por él como matices para que sirvieran de marco conceptual a su obra. Supo transitar con cautela entre las faldas de la dictadura del sátrapa Rafael Leónidas Trujillo Molina, quien le obsequió una humilde morada, luego que el tirano fuera advertido del gran poeta que era Sánchez Lamouth. Fue un cantor que se caracterizó esencialmente por pregonar en su obra el dolor del pueblo. Los que le conocían y le escuchaban hablar de su aldea, sabían que se refería a su natal Los Mina. Debo destacar que tres de los escritores que más conectaron empáticamente con él fueron los laureados Premios Nacionales de Literatura, Mateo Morrison, Diógenes Céspedes y Andrés L. Mateo.
Juan Sánchez Lamouth formó parte de Los Independientes del 48, cuya línea escritural coincidía con la denominada Generación del 48, compartiendo espacios con otros grandes de literatura quisqueyana como Marcio Veloz Maggiolo, Rodolfo Coiscou y Ramón Francisco, entre algunos más. Es considerado hoy día como el más importante de nuestros poetas malditos.
En su haber bibliográfico se pueden apreciar los títulos poéticos Brumas (que fue su primera obra, publicada en el 1954); Elegía de las hojas caídas y 19 poemas sin importancia; 200 Versos para una sola rosa; Memorial de los bosques; 50 cantos a Trujillo y una oda a Venezuela; Canto a las legiones de Trujillo y otros poemas; Los perros; Otoño y poesías; Granada rota; El pueblo y la sangre; Sinfonía vegetal a Juan Pablo Duarte. Cabe acentuar que uno de sus poemas más resonantes entre los poetas nacionales que conocen su obra, lo es Canto al presentido petróleo de mi patria. Notables autores dominicanos recogen su obra en importantes antologías, como son los casos de Mateo Morrison, Miguel D. Mena y Franklin Gutiérrez, por sólo mencionar algunos.
Juan Sánchez Lamouth fue merecedor del Premio Nacional de Poesía Gastón Fernando Deligne, en su edición del 1964, por su obra El pueblo y la sangre. También fue objeto de reconocimientos por colegas suyos de gran notoriedad, como fueron los casos de Domingo Moreno Jimenes (Padre del Movimiento Postumista) y Franklin Mieses Burgos (figura cimera de la Poesía Sorprendida).
Entre las muchas anécdotas lúdicas que giran en torno a la memoria de Juan Sánchez Lamouth, Andrés L. Mateo narra una en la que estando nuestro poeta invitado en medio de una borrachera, le gritó a pleno pulmón a sus amigos suplicándoles que cuando él muriera, si le ponían su nombre a una calle, se orinaran en ella para refrescarle el camino.
El poeta Mateo Morrison afirma que los poemas políticos de Juan Sánchez Lamouth contrastan con muchas actitudes que tomó en su vida; por ejemplo, el poema Tarjeta presentación donde arremete contra la oligarquía, parece escrito por un radical y no compagina con las dedicatorias hechas por él a personeros de la reacción, en muchas de sus obras; sin embargo, sería injusto decir que no manifestó en su vida y en su obra, inquietudes sociales. La discriminación de que fue víctima racial y social, marcaron su obra.
Por otra parte, el poeta Benito Manuel, miembro activo del Taller Juan Sánchez Lamouth, es de opinión que desde que conoció la obra de ese insigne poeta, penetró en él como un volcán, por lo cual se define como Lamouthiano de los pies a la cabeza, considerando a Sánchez lamouth, uno de los grandes poetas dominicanos, un cantor del dolor y la tristeza, dueño de unas metáforas e imágenes poéticas extraordinarias.
Finalmente, el escritor Andrés L. Mateo cuenta con tristeza que Sánchez Lamouth se aparecía temprano los domingos, con una bolsa en la que llevaba dos Malta Morena (Bebida conocida como alimenticia entre los dominicanos) y un tarro de leche condensada, con el rostro tomado por el orgulloso dolor que no se declaraba. El desamparo era en ese momento, la trama de su vida, pero como Petrarca y Virgilio, tenía su musa inspiradora que era la carne de su pensamiento. Se llamaba Margarita y estaba postrada en un sanatorio de tísicos, como corresponde a cualquier novia de un poeta maldito. Ataviado con la única vestimenta impecable que le conocía, lejos de toda broma ritual, se despedía para ir a ver a Margarita como si se marchara a cumplir una misión en la que la gloria emboscaba al amor.
Juan Sánchez Lamouth: un prototipo de la tristeza
Una calurosa tarde del presente año, mientras curioseaba por las estanterías de mi biblioteca personal; me encontré con el tomo “Presencia de los Frutos”, selección poética de Juan Sánchez Lamouth. El libro es pequeño en extensión, (para ser más exacto posee poco más de 155 páginas); no obstante, mientras devoraba la atrapante obra, encontré una gran extensión, la bastante como para disfrutar de todo un año, quizá más… La amplitud del compendio no radica en el total de las páginas; —como también suele pasar en los escritos de los grandes de la literatura universal—, todo yace en su contenido: la poesía del poeta, de quien vengo a dedicarle el presente trabajo.
La poesía de Lamouth tiene vida propia: sufre, palpita, pregona el sufrimiento en cada verso. En ella, danzan libremente la pobreza por entre el merengue de la soledad, la miseria, la mortal hambruna, la vida aldeana (Los minas); la opresión. En sus poemas, en su mayoría de arte menor, una ritmicidad un tanto mortuoria y funeral nos salpican los oídos del corazón. Sus metáforas, están cargadas de un profundo simbolismo: único, vivaz, pintoresco (termino que suelo utilizar constantemente para nombrar las metáforas dinámicas y sentibles). Desde la primera hasta la última línea, nos encontramos con este hombre orgullosamente negro, que a la vez somos todos los hombres, cuyo destino ha sido afrontar los avatares de la vida. Sólo mirar, reflexionar y callar —que me disculpen los maestros en la gramática por la cacofonía intencional—; es su diario vivir. Los naranjos, los rosales, los bosques, el viento, la lluvia; el sol, el alba, el río y el crepúsculo están encallados en la poesía de Juan Sánchez Lamouth; son el arma mate de su esteticidad.
Cuando los escritos de Lamouth entraron en su adultez, se agregaron a todo lo expuesto, los temas que embriagan la poesía de muchos de los grandes poetas: el tiempo como maltrato, la muerte como el verdadero paraíso, el cuestionamiento a Dios por la mísera vida de los hombres en un mundo despreciable como prototipo del infierno. A continuación, su poema “Ventanas Humildes”:
¡Oh ventanas de aldeas…!
¡Oh ventanas humildes…!
Donde día por día se asoma la miseria,
de la ciudad os miran
como los ojos ciegos que nunca ven el cielo,
ventanas dulces, templos del silencio silvestre,
en su cansado adentro
desgranan los dolores sus salmos más oscuros.
¡Oh ventanas solemnes!
donde mi voz acostumbra hablarle a los rosales,
aquí el amor contempla los panes sumergidos
con su fondo de cielo y árboles frutales.
La lluvia os bendice
ventanones mohosos de mi querida aldea,
santificados en Dios que nunca mira
el fastuoso esplendor de las ciudades.
El “Nunca tuve nada” desde aquí es más precioso,
suena como florido repicar de campanas.
¡Oh antañonas ventanas…!
olorosas a cielos sin enojos,
os bendigo en las horas de mis penas
al ver que en sus umbrales sin sonrisa,
día por día se asoma la miseria.
El presente poema, que en su primera lectura me provocó una gruesa lágrima, irradia indigencia desde el primer año último verso. Como mano absoluta del desposeído, el poeta crea un ser postrado en la ventana de una destartalada y carcomida vivienda. Desde su templo, este ser reflexiona sobre su realidad, mientras pierde su vista en su polvorienta aldea. Allí, se encuentran sus ojos con la pobreza hecha persona: niños harapientos, sol quemante, calles sin asfalto, vendedores que deambulan para no se sabe donde, etcétera. Este hombre, que mira desde el rosetón, a pesar de su crítica situación es feliz, porque está en espera de la muerte…
Cabe destacar que, gracias a poesía de Juan Sánchez Lamouth, he aprendido a venerar la naturaleza, los árboles, la vegetación. Nuestro maltrato hacia la vida vegetal, fue una preocupación para el poeta. Cada flor, azucena o bosque húmedo, cobra vida propia. A continuación su magnífico poema “Naranjos”:
Chorreando azahares de sus verdes follajes
se encuentran los naranjos bajo la tarde de oro;
entre la brisa vibra una campana oculta
la cual viola el ensueño de un pájaro canoro.
A sus sombras calladas descansan dos lebreles,
lebreles que ladrando desprecian a la luna…
El ambiente está lleno de blancas mariposas y emerge aquel perfume de rosa en la laguna.
Los naranjos parecen poetas trasnochados
a quienes las estrellas coronan de amor;
cuando un poeta entona versos por los naranjos
el alma se torna como un naranjo en flor.
Mirándolo exhibir sus frutos amarillos
crece mi fe preciosa como una primavera
y al alba cuando en éxtasis oteo el horizonte
cantándole me pueblo de una sin par quimera.
Dulce cuadro es el instante en que ruedan las hojas;
el viento tiene manos de podador sonoro…
A esa hora en mi mente se graba la belleza
de los verdes naranjos bajo la tarde de oro.
A sinceridad, querido lector, ¿este poema no le dio deseos de alejarse de su vida rutinaria, e irse para el campo y postrarse bajo la sombra de un naranjo a apreciar la belleza que Dios nos ha otorgado? Más de un sinnúmero de pintorescas metáforas, este escrito es más una oda a los naranjos como objetos de belleza absoluta. La metáfora “bajo la tarde de oro” es el corazón de esta poesía. Hace alusión a un día hermoso, lleno de paz, de cánticos sonoros y angelicales de aves, del cantar de las hojas con las voces del viento. También, se ha de apreciar la comparación de los naranjos con un poeta, como profeta de lo caótico, lo espléndido…
¿Qué es para Juan Sánchez Lamouth un poeta?
El autor, considera al poeta como un ser supremo, como un ángel que profesa la hermosura. La poesía para Lamouth era más que un juego de palabras bonitas. El lenguaje poético es el lenguaje del alma, de lo que no expresan las palabras verbales. Es por ello, que en su poema “Consideración”, el autor sitúa que no todo poema escrito es un verdadero poema, haciendo alegoría a las disgregaciones que ha sufrido la poesía en el pasar de los años. A continuación dicho poema:
Escribir un poema
es tener en el alma algodones del cielo
y en el dedo meñique el anillo del tiempo;
amanecer soñando con los puentes del viento
que nos hacen cruzar cantando el mar del Universo.
No todos los poemas escritos
son poemas.
El poeta es un ángel que camina en la tierra
y su voz se levanta como copo de incienso.
Un poema es la síntesis
de decir lo supremo.
Poeta es el que canta como Poe a su cuervo,
poeta es el que escribe hablando con los muertos.
Fuente:
Trayectorias literarias dominicanas (El Nuevo Diario)
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