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La súplica

Por: Emanuel Peralta

[introspecciones sobre la mística de la cuaresma]


Amados lectores:

Con gratitud me dirijo a todos ustedes en estas primeras líneas, quienes con sus mensajes, opiniones y sugerencias me mantienen en constante alegría y optimismo, escribiendo sobre estos temas introspectivos tan interesantes y vitales para nosotros en el día de hoy. Por ello, les traeré, en estos tiempos cuaresmales, las reflexiones que he ido anotando en forma de aforismos diariamente, y en la medida que el tiempo nos lo permita iremos desarrollando y publicando en este espacio. La naturaleza de nuestras sociedades cristianas palidecen por el cambio de una espiritualidad tradicional, rica y enraizada en la verdad trascendental, por una fofa y extraña espiritualidad orientalista, pagana, superflua, y además de moda. Un vago e ilusorio misticismo, relativismo de toda verdad, y la adhesión a todo axioma moderno sin fundamento que promete “libertades” a diestra y siniestra.

Hoy traemos el tema de «la súplica», como un eje central de la espiritualidad trascendental que toda religión fundamentada en la verdad o salpicada de ella, lleva dentro sí, en los elementos constitutivos de la relación de la historia de la humanidad y su relación con lo Divino, es decir con Dios. Los saludo a todos con gozo y paz, pasemos a nuestro tema.

El hombre y la súplica

Echémosle un vistazo de cómo la antropología religiosa de la súplica y la plegaria, pasaron a un vago misticismo materialista en la actualidad. Podemos observar que la despersonalización del hispanoparlante va a un ritmo avasallante y hasta abrumador cuando se les contempla a los individuos que poseemos estas tierras desde perspectivas espirituales(y teológicas). Parece que nuestras sociedades se han convertido en sociedades completamente demente. Si, demente. La angustia personal de cada individuo, en nuestras tierras, se refleja en todo su aparato social, incluso en lo que hoy llamamos “cultura”. Los rostros de nuestros barrios y pequeñas comunidades, decía una señora amiga mía que ha viajado por toda hispano america, que parecen animales sedientos, azotados, con los ojos llenos de pavor como rodeados de cazadores rapaces. Se puede decir, que los rostros de nuestras patrias hispánicas expresan en sus flácidos y desnutridos pómulos una angustia kierkegaardiana, además de vivir resaltando sus tragedias con proverbios cómicos ante las inclemencias del tiempo, tal vez para hacer más llevadero el yugo de razonar sobre nuestra propia existencia, al estilo puro de Gabriel Garcia Marquez.

Esto ha degenerado, en barrios y peluquerías, dos corrientes de pensamientos. Por un lado, el amor vago a la patria, superfluo y politiquero, pseudo nacionalista y demente; por el otro el desprecio absoluto por todo lo que es propio, historico, autoctono… casi odio por todo lo que es hispano a cambio de cierta profecía paradisiaca, que se vende en Hollywood y otras industrias acerca de la belleza de otros mundos al cruzar los mares y los océanos. “Estoy loco por largarme”, me decía uno. “Él sistema dominicano no sirve para nada”, dijo un compatriota. “En México hay demasiado crímenes y corrupción”, también me escribió una compañera de teatro desde Tijuana. Y estos son los gritos de muchos.

Además los “intelectuales” de la actualidad no se quedan atrás. Son los más despechados de nuestra gran patria hispana, y a la vez, los más insoportables. Pues estos transgreden la línea de la brevedad, tampoco sazonan sus opiniones con el intrigante humor de los barrios y peluquerías, y además se instalan de escritores o de articulistas, y empiezan unas letanías sin fin por todos los medios posibles. Pues se les lee entre líneas: «hay que instalar el Welfare inglés», «el sistema de seguro Suizo», «la disciplina alemana», «la justicia Yankee», «la economía eslava», «le culture francaise», «el sistema de producción japonés», «la educación holandesa»… Y te hartan hasta la saciedad con su intelecto impregnado con la luminosidad de su «culture générale».

En definitiva todo lo que es propiamente hispano no sirve, y se necesita, a voces de súplica, las cosas que los sabiondos, de la «culture générale», ven en sus viajes turísticos o de universitarios becados, en los periódicos filo eslavos y en el Youtube, para desglosarlos en sus libros ensayísticos y articulos luminosos como fórmula mágica para volver las ciudades hispanas nuevayores pequeños.

Yo no diría que no nos harían falta algunas mujeres rusas, o italianas‒no alemanas por favor–, pero no para andar de chancharos diciéndole al mundo que hispanoamérica ya no quiere ser hispanoamérica, sino otra cosa, rara, híbrida de todos los países. Lo que sí veo es que aunque desprecien nuestras herencias hispánicas y alaben exclusivamente nuestra ascendencia afro, se detienen, y casi nunca dicen que prefieren un sistema económico africano, a no ser el pelo — yo no sé el porqué—. Hasta ahí llega su amor por nuestra afrodescendencia.

Sucede que, las almas en penas latinoamericanas cuando llegan a vivir donde estos alabados sistemas operan, se llevan grandes decepciones. Se suele descubrir que la justicia Yankee, no es tan justa sino Yankee, y nada más; que los estudiantes del sistema educativo holandez son superiores en la tasa de suicidio, que la disciplina alemana no incluye el buen aseo, y que el Welfare ingles no alcanza ni para un cuchitril. Las vociferantes voces llenas de alarmantes súplicas y que invocan el espíritu de los sistemas extranjeros no responden a nuestras súplicas. Y el rostro hispano ha quedado tristón, mistongo y sin aliento. Fruto de una idolatría pedante del buen vivir fantasmagórico entregando nuestras esperanzas a los sistemas de la bondad infinita, si hacemos una conversión hacia lo extranjero tan solo por ser extranjero. Y al final es la angustia quien nos acompaña día tras día, y las súplicas de los artículeros son imposibles de conceder. No se puede ordenar al pueblo que se convierta en gallinas, se harían un desmadre, según la lógica del principito.

La filosofía de la súplica

 Todos los filósofos, al menos los más serios, estarían de acuerdo en que solo el animal racional, experimenta la angustia. Al menos así lo afirmaba Platon, Aristóteles, Tomas de Aquino, y sobre todo Kierkeeegard quien escribió un libro tratando el tema de la angustia, llamado así mismo: «La angustia». Expone que la religion, al igual que santo Tomas –sin conocerlo– deviene en un sentido natural de indigencia, que lo inspira a invocar a Dios, o si bien, en caso contrario, invocan el suicidio. Lo cual el uno deviene del rechazo del otro en medio de una “angustia”. Von Monakove, psicólogo y ateo, creía y probó, que en el hombre hay un instinto religioso. Es innato, decía.  Cuyo instintos no se sacian sino con las prácticas religiosas. Leonardo Castellani, doctor universal, dice que si la angustia del hombre no se vuelve religiosidad y adoración, se vuelve en una desesperación demoníaca. Algo así como lo vimos en las revoluciones sociales del siglo XX. Todas estas declaraciones concuerdan con las palabras  de san Agustín en Las Confesiones: “Mi alma te ansia, oh Dios, y no descansará hasta encontrarte”.

En este sentido, las almas hispanoparlantes languidecen en esta búsqueda, andan rogando a un tal Estado, o al partido popular de turno, cosas que solo la puede dar un Dios. Sin embargo, el Estado como fetiche mantiene las almas sufrientes con un interés intrigante para conservar la devoción del pueblo, pasando de partido en partido y sin resolver un solo problema de sus poblaciones. Al contrario, los pueblos lucen más desesperados que nunca en lo que va de siglo. De protestas en protestas, pancartas y slogan y nada que se arregle.

¿Y que tiene que ver todo esto con la súplica? ¿Y sobre todo con hispanoamérica?

La angustia y la pequeñez

Dicen los rabinos antiguos que las oraciones de los gentiles, o sea las plegarias y las súplicas a Dios en medio de las tribulaciones y necesidades diarias, son agradables a Dios. Y le conceden un lugar en el Mundo Venidero(Olam Haba). Porque por medio de la súplica-explicaban ellos-, el hombre expresa su confianza y pequeñez al Todopoderoso.

La súplica es la primitiva, instintiva y básica espiritualidad del ser humano. Es esa plegaria que expresa el máximo elemento de un acto de fe sobrenatural. Por la cual “a Abrahan le fue contada por justicia” según San Pablo en el cap. IV, verso III de la carta a los Romanos, el Génesis Cap. XV y la experiencia de los rasgos antropológicos de la historia de la humanidad argumenta que las súplicas son connaturales del hombre. Es la súplica la capacidad de reconocer íntegramente el límite de nuestras fuerzas frente a la Solicitud Terrena, y aún más en medio de calamidades. El espíritu que no puede negar su inteligencia intrínseca, clamando a otro espíritu. A un espíritu superior por supuesto. Aunque surjan errores de tipo teológico en cuanto “al qué y el cómo” invocar. Pero ya es otro asunto. Sin embargo, queda sólidamente, construido el argumento antropológico de la súplica, mostrarse pequeño, limitado, incapaz antes ciertas solicitudes terrenas y calamidades, como lo indica las santas escrituras Hebreas, que durante la esclavitud en Egipto dice: “el pueblo clamo a Dios, y su clamor llego hasta los cielos”. La súplica desde perspectivas antropológicas es sublimación de las desgracias, y es olor fragante cuando es, además, teológicamente acertada.

¿Por qué?

 Abram tuvo fe, absoluta en Dios, y le fue contada por justicia. Ahí se halla el misterio de la súplica, en que la plegaria de fe, cumple con la justicia para con Dios.  ¿Es ese acto de fe de Abram sino un acto suplicante? Abram se asume dependiente, por lo cual las promesas de Dios le son vitales y confiarle todos los asuntos, son un acto supremo de fe, y la experiencia de la verdadera libertad de la carga de la existencia. Es la entrega de nuestra solicitud terrenal, y agua fresca en medio del desierto de la angustia existencial. Por ello, Dios por la fe, justifica a Abram, y a todo hombre, por cumplir la justicia para con Dios, la cual es más importante que la justicia entre los seres humanos. O más bien decir van de la mano, sin que ninguna se oponga a la otra. 

Algo más sobre Abram, quien se pasó a llamar Abraham, después del bautismo de fe absoluta en las promesas: “Tu descendencia como las estrellas del cielo y las arenas del mar”. No solo confió su existencia inmediata, sino que colmó su ser y la del Divino Creador con la inclita, sublime, misteriosa, heroica súplica de todos los grandes hombres por todo el bien de la humanidad y de todas las generaciones. Porque la promesa de Dios no solo incluía un hijo para el de su esteril mujer, su anhelo. Sino que en su descendencia, serán benditas todas las familias de la tierra. Justicia para con Dios, y Dios le colmó la conciencia de la suya. Es la justicia perfecta que se complementará en la justicia en él trato con los hombres. Tal Dios en mi súplica me ha tratado, tal como yo en la necesidad de los hombres. La justicia humana, no es más que una experiencia divina. Nuestra ingratitud y la no correspondencia con la gracia de la justificación es lo que podríamos llamar injusticia. La justa bondad de Abraham se refleja en el episodio de la intercesión por Sodoma y Gomorra, que suplicando misericordia por la garantía de un justo, él cual no se halló. Tampoco reclamó el justo castigo divino. Porque en aquel pueblo no había justicia, ni podía haber, ni había fe. Sus dioses eran sus vientres y apetitos. La solicitud terrena era su religión. La súplica de Abraham por Sodoma y Gomorra cumplio y satisfizo la justicia divina, pero el estado ansioso de dichos pueblos, era precisamente la misericordia que entre ellos no practicaban, lo que constituye la súplica de Abraham. No había justos, ni súplica, ni fe. Solo “gozos”, por lo tanto injusticias. Y el placer ilimitado no puede constituir la justicia. La justicia en esencia es el límite al gozo.

El principio de la súplica cristiana

La súplica es el cese de la opinión personal, como absoluta, frente al devenir de la existencia ordenada según Dios, la cual se ajusta a sus decretos sin prescindir del libre albedrío del hombre. La confianza absoluta en el Divino Creador, sin querer imponer a la naturaleza como deben ser las cosas. Dejar de intentar convertir la piedra en pan, o el fantoche y tentador deseo de querer tirarse del pináculo del templo para ser visto por los hombres, haciendo de la voluntad divina objeto de nuestra propia voluntad y apetito. La súplica no es someter la voluntad divina a la mía, ni a mis caprichos. Es colmarse con la voluntad de Dios. Pues “venga tu reino” y “hágase tu voluntad” son las súplicas por excelencia al Dios, padre, todopoderoso.

Jesucristo, quien es maestro de maestro, lo enseñó en la oración del Padre Nuestro, verdadera oración del suplicante, serena, como una actividad llena de paz, y en armonía. Pues se reza «Padre» sin la dramática tensión de los pueblos paganos frente a la maldición del oráculo de Delfos, ni la desesperación de los corazones agitados. No hay que perturbarse, Cristo enseñó este principio Divino bastante claro: “Quien si su hijo le pide pan, le daría una piedra” . De manera que las súplicas y las plegarias de los cristianos en cuaresma, no es solo antropológicamente sublime, sino teológicamente acertada. Y lleva en sí los frutos de la justicia y paz que desea toda alma humana.

El primer artículo del credo de Nicea lo señala así: “Creo en Dios Padre todopoderoso”. Lo cual se refleja limpidamente en toda la liturgia de la iglesia, como un acto de fe pública, suplicante a Dios Padre. Es un acto público de indigencia, se podría decir. Y la indigencia ante Dios produce su justicia, y la justicia paz y concordia en el corazón. De la cual emana la verdadera justicia en el trato entre los seres humanos que viven en sociedad. No hay sociedad verdaderamente justa si no se experimenta la paz. Y la paz, engendra los hombres santos, la magnificencia, la munificencia, las decoraciones de las virtudes y la belleza. Supliquemos pues, por una nueva Jerusalén, o como lo manda la oración de Jesús: “Venga a nosotros tu reino”.

Solo volviendo a la verdadera fe el rostro desfigurado de hispanoamérica vuelve a resplandecer y a transfigurarse en aquel destino de los hijos de Dios.

Que el Dios de la paz, los colme de salud. Gracias por leerme.

[Enmanuel Peralta, el monje urbano. Pronunciado desde su palacio, Miércoles de Ceniza, 2 de Marzo del 2022]

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