Por: Enmanuel Peralta
En medio de la desgarradora manía del hombre débil actual, que espera que todo suceda por el voto al candidato “bueno”, el meme y el parloteo mediático, la queja continua y desaliñada, podemos ver que el destino es de aquellos que atan al diablo por el rabo. Y los principios evangélicos han sido los únicos modelos capaces de reventar la podredumbre usando el mismo talón débil con el cual,Aquiles, hubo de morir.
Hoy, 17 de enero, toca reflexionar sobre la vida de San Antonio, Abad, padre del monacato oriental; Martín Luther King j.r., defensor acérrimo de los derechos civiles de los afrodescendientes en los Estados Unidos de Norteamérica. Y sobre la primera lectura del segundo Domingo del tiempo ordinario tomada de Isaías 62, 1-5.
El profeta Isaias impulsado por el Espíritu de Dios expresa los deseos de Dios sobre su pueblo. El placer de Dios en ver a la gente felices, alegrarse, vivir a plenitud: “Ya no te llamarán ‘abandonada’, ni ‘desolada’ a tu tierra”. Dios mismo lo ha dicho, anuncia el profeta. Cabe preguntarse, cuál es el plan de Dios creador para mí mismo. ¿Existe un Creador? ¿por qué estoy aquí? E ignorar a Richard Dawkins y su fatal determinismo genético.
Ninguna persona medianamente decente podría entender que si existe un Creador es para amargarle la vida a sus criaturas, ni que Dios desee mal para los hombres. Ni ninguna persona en sus cabales, que posea sentimientos humanos elementales desea el mal para sí mismo ni para los demás. El bien, la felicidad y el gozo humano son anhelos de todos. Y en esa búsqueda han caminado siempre los grandes maestros de la historia universal. Siendo Isaias un gran maestro, iluminado por Dios, toma la responsabilidad de anunciar con su vida, obra y palabras la verdad y la esperanza de los bienes eternos. A pesar de que todo cambio en la vida de los hombres implica las encrucijadas de las historia, con todas sus complejidades, caracteres y temperamentos de los hombres, variables de tiempos y espacios, de circunstancias e ideas. Sin embargo los maestros, siempre asientan sus ideas en principios universales del espíritu del hombre, de la vida social y religiosa, incluso iluminando los pasos y las reflexiones de la vida cotidiana.
De la misma estirpe de espíritu un hombre como san Antonio(250 d.C.), al escuchar el mensaje profético del evangelio, comienza a obedecer el llamado último de su existencia, abandonar todos sus bienes y repartirlo entre los pobres y retirarse al desierto a “trabajar y orar” en medio de una terrible persecución por el emperador diocleciano y una tibieza moral de los cristianos, para luego convertirse, sin que él lo planeara, en el gran maestro de muchos, como lo fue de san Atanasio.
En otras muy variadas circunstancias, inspirado en el mismo poder de los evangelios, se levanta un hombre en Montgomery, Alabama, un protestante de la denominación Bautista llamado Martín Luther King. Tomando su voz como instrumento, y una biblia en la mano, para enseñar, defender, y protestar contra las injusticias de su tiempo. Las convicciones profundas siguen moviendo a los hombres a crear un nuevo ambiente de justicia y paz, buscando y revelando en su tiempo y espacio, nuevas formas de expresar la verdadera felicidad de los hombres.
La pregunta que nos concierne, sigue abierta, y yo para qué nací.
¿Cuál es mi voz? Donde está la verdad y la justicia aplastada, ahí esta mi camino, y la vocación máxima del hombre. ¿Cuál es él secreto para que estos hombres recobraron la paz y la justicia de su generación y las posteriores? Decía Dante que “el secreto para hacer las cosas esta en hacerlas”.
Algunos compañeros míos disertamos sobre los derechos humanos en la República Dominicana, y se levantaba una voz diciendo que en dominicana, nunca hemos tenido un Luther King. Y la respuesta es fácil: nunca necesitamos en pleno siglo 20 un Luther King. Lo tenemos desde 1445, un fraile dominico llamado Anton de Montesino. No es casual que todos los aspectos que giran en torno a los avances en derechos humanos desciendan de un ambiente puramente religioso. Que el mismo Luther King su nombre de pila era Michael King, y se cambió el nombre de un fraile Agustino, llamado Martín Lutero; San Antonio monje católico oriental; y el profeta Isaias, el cual leíamos ayer, un judio muy venerado en el campo de las religiones abrahámicas.
El aclamado ateísmo militante social debe ser revisado, ya esta decadente, y no ha podido sostener un proyecto de cambio social por ni siquiera medio siglo. Sin embargo, los movimientos surgidos en el seno de las diferentes formas de vida de la espiritualidad evangélica, siguen cada día iluminando con fuerza el fin último de los hombres, sin ser muy perceptible, siendo aún descartado por los jóvenes, vilipendiados en las redes, y abucheados en los libros de los “filósofos modernos”. El movimiento de los doce sigue vigente en medio del imperio de la blandenguería y la sociedad líquida.
La vana filosofía, la espiritualidad chueca, y el progresismo social crítico junto con el pseudo ateísmo militante ha llegado a su fin. No ha sostenido las convulsiones de la sociedad, ni ha sacado al individuo de sus profundos atolladeros éticos ni de la confusión de los dilemas morales. Los superhombres de izquierda han fracasado; el hombre mimoso y burgués de la derecha agoniza con sus últimos respiros mediáticos muriendo más como estrellas de los medios que como empresarios; las “figuras políticas” ignoradas y tenidas por corruptos desde su nacimiento, sobreviviendo a penas contratando a artistas urbanos para sus campañas populistas e inventando toda clase de cuentos para ser publicados a cambio de grandes sumas de dinero en la prensa tradicional que nadie lee. Están donde deben estar.
El tipo de hombre que le sigue, para derribar definitivamente al tonto homnbre de hoy, es el hombre que vuelve atrás, a los principios propios de la espiritualidad evangelica con su simpleza, disciplina, paciencia y ascetica. De lo contrario seguiremos viendo al hombre “político” lleno de miserias, dividido, falso mesía, bruto, corrupto y engreído.
Es tiempo del hombre nuevo, es decir, el que imita a los viejos, a los clásicos. El hombre que salvará el mundo de hoy será el hombre evangelico, humilde, profundo en su meditación, y que mira más hacia la observancia de su propia vida que la vida de sus semejantes, toma su cruz y sigue.
Este hombre cambiará todas las cosas, porque se cambiará a si mismo.
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