Por: Ramón Emilio Peralta


Julio Cortázar es considerado como uno de los autores más innovadores y originales de su tiempo. El autor de la novela Rayuela también fue prominente en la prosa poética y los cuentos. Sus novelas rompieron los moldes clásicos, transitando entre lo real y lo fantástico. Cortázar es catalogado como uno de los exponentes centrales del Boom Latinoamericano, junto a otros escritores de renombre, entre ellos los premios Nobel de Literatura (Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa), también otros autores como Carlos Fuentes, ganador del premio Cervantes, y Juan Rulfo ganador del premio Príncipe de Asturias de las letras, entre otros.

Pero en este humilde artículo no quiero exactamente destacar las obras de Cortázar, las cuales merecen la pena ser leídas, sino, más bien, quiero hablar de algo en concreto con lo cual me identifico bastante y a la vez me ha parecido interesante compartir con ustedes. Para ello vamos a remontarnos a la niñez de este aclamado escritor. 

Debido a que era muy enfermizo, pasaba mucho tiempo en cama, por lo que la lectura se convirtió en su mejor amiga. Con apenas 9 años ya Cortázar había leído a Julio Verne, Víctor Hugo y Edgar Allan Poe. Permanecía leyendo tanto tiempo, que su madre acudió al director del colegio y luego a un médico para corroborar si dicha acción era normal. Por lo que le recomendaron que su hijo debía abandonar la lectura por al menos cinco o seis meses y que saliera a tomar sol. 

Según el mismo autor, este tenía 2 o 3 amigos o compañeros, con los cuales tenía plena confianza. En palabras del propio escritor: “Eran pocos, pero buenos”. Aunque no consideraba que era algo raro, porque todos, de manera sensata, tenemos cierta cantidad de amigos. Y tiene toda la razón. Muchos de nosotros tenemos 3, 4 o 5 amigos sinceros, y puede que una gran cantidad solo sean conocidos. Para no marear tanto, iré al punto exacto: la soledad. Pues según Cortázar él era un hombre solitario por naturaleza, podía vivir largos períodos en total soledad, y aunque a veces se sentía mal por ello y le causaba cierto desgarramiento, podía permanecer solo. Y eso se refleja desde su niñez. En cuanto a esa soledad el escritor argentino dijo en una entrevista que él la asemejaba a los personajes de la famosa novela El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde, del británico Robert Louis Balfour Stevenson.

Según él (suponiendo) el solitario sería el señor Hyde, el malo. Y el doctor Jekyll vendría siendo la persona que trata de hacer alguna cosa (supongamos que salir y compartir). Entre ambos personajes habría un continuo divorcio, un enfrentamiento constante. Por lo que Cortázar (el señor Hyde) estando en bonitas reuniones, en algún compartir con amigos, en un lugar agradable, en donde se estuviera sintiendo bien podía escuchar la voz del doctor Jekyll, diciéndole al oído: “Hombre, ¿Por qué mejor no estás en tu casa, tranquilo escuchando un disco?”.  Y esto quizás le ocurra a mucha gente. En mi caso es similar, muchas veces he estado rodeado de gente o quizás he pensado en reunirme con personas, pero hay un pequeño doctor Jekyll diciéndome que mejor me quede en casa  tomando café. Pero no vine a hablar de mí en este artículo. 

La soledad no es necesariamente un mal. A veces necesitamos estar solos para comprendernos. Incluso para entretenernos. En palabras de Charles Bukowski:

“Pido perdón a todos esos millones, pero nunca me he sentido solo. Me gusto, soy la mejor forma de entretenimiento que tengo. ¡Bebamos más vino!”.

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