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El arte en salpicadas hacia el precipicio

[Enmanuel Peralta, disertaciones sobre la filosofía del arte contemporáneo].


Para Plotino la belleza estaba  en las medidas exactas, en el volumen y la proporción. La exaltación de la belleza constituía un logos entre las proporciones, el número áureo con medidas en un todo armónico. En esa belleza los griegos, al menos los platónicos, enseñaban que allí estaba la verdad, lo agradable, lo justo, lo bueno, la idea, lo real: el ser. Lo sublime. 

Pero hoy en día occidente entero defeca en esas teorías sin remordimiento de conciencia, aunque suframos los efectos de tal nociva ignorancia. Alguien puede llamarse músico, artista o cantante, sin saber absolutamente nada de música. Sin ni siquiera ejecutar un instrumento. Y los pueblos le devuelven una gran suma por ello.

En el renacimiento artístico(s. XVI D.C.) se buscaba forjar la idea del hombre en su máximo esplendor. El hombre sempiterno, cristiano, libre, con dominio de todos los saberes de su tiempo. El arte y la ciencia estaban íntimamente conectados, y no se hicieron una sin la otra. A este tipo de hombre se le llamó renacentista. Una especie de híbrido entre el ideal del filósofo griego aplicado, los dioses como metáforas y el cristianismo como religión. Da Vinci, por ejemplo, dominaba alrededor de quince a veinte áreas del saber. Dominaba, dije.

Dominar en categorías absolutas del renacimiento.  Hoy, parece ser,  que al hombre de arte de occidente ni siquiera   dominar  un martillo le interesa.

En la hispanoamericana, por ejemplo, los artistas han menospreciado  los saberes.  Y exaltan con alabanzas suprema la ignorancia. A tal grado que pareciera que se les exige rendirle culto y se propaga como la peste negra. Su crecimiento era, hace poco, alarmante. Hoy la ignorancia parece vital para las naciones. Es un alimento cotidiano, y no hay mesas en la cual no se sirva un poco. Las flatulencias son el perfume de los hogares. Y la ONU podría firmar un decreto, de que tales “perfumes” deben olerse por derecho universal. 

El saber no importa; está más de moda no saber nada. Incluso uno puede ganar mucho más dinero sin saber nada, que si demostrara alguna aventajada habilidad en algún saber. Algunos artistas, de cierta calaña, de ciertas ejecuciones “musicales” conocidas, se les paga muchos millones por no saber nada. Para más en concreto, por ejemplo a muchos “cantantes” se les paga, sin saber cantar.

Lo más peligroso es que en todo el continente americano se suman una inmensa cantidad de jóvenes de catorce años en adelante en la “carrera” de no saber nada. Trayendo a nuestra sociedad nuevos elementos, como primicias  de tales calañas,  de las salpicaduras de un arte continuamente cayendo de picadas.  Un celebrado suicidio univeral. 

Solo Dios nos salva. 

 Rescatar la belleza de las artes parece que requiere de un esfuerzo titánico, son muchos los caídos en la batalla. Cantantes de suma belleza tónica, como Rosalia, se sumergen cada vez más, a pesar de sus grandes dotes para la música, en las salpicadas de la ignorancia por la popularidad del no saber. Alguien como ella, que dio inicio a su carrera rompiendo esquemas, ahora se desajusta amablemente a lo que la había diferenciado del resto, para colocarse en el campo de la fealdad, sin proporción, sin medidas. Si la colocamos en el renacimiento, podríamos decir, que ella hubiese sido una de las que aboga desesperadamente por la obstrucción de los genios, dando el ejemplo de autodestrucción y auto desprecio más sublime de la historia. Ella, en esta etapa, se podría decir,  es el esplendor máximo del talento tirado en salpicadas por un precipicio. 

 

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