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El Jefe: un cuento más allá del cuento

Por: Ryan Bladimir Santos


Manuel del Cabral, al igual que muchos otros más, lamentablemente se encuentra en peligro de extinción en nuestra literatura. Poco latente ha resultado ser el pulso y la conciencia, en este caso cultural, de nuestros escritores, editoriales y críticos de la posteridad; para hacer mención honorifica en alguno que otro tomo sobre la obra poco valorada de este trovador de nuestras letras. Es de vital importancia desenterrar los libros de Cabral de las entrañas del olvido, para que nuestros jóvenes de la actual generación disfruten de todo un manjar poético y narrativo; de quien ahora dedico estas líneas.

En el presente escrito, he de hablar de su cuento “El jefe”, que considero uno de sus textos más sólidos, más bien logrados y significativo; aunque, a fin de cuentas, para nadie es un secreto que Manuel del Cabral fue también un gran poeta, según muchas revistas el octavo mejor poeta en todo el mundo.

El jefe, un cuento de no más de quince páginas, que narra, a través de un personaje llamado Eliágabalo, todas las crueldades, infamias y pesadumbres que se vivían, más bien “Vivió” el pueblo dominicano en los interminables treinta años de la dictadura Trujillista o el Trujillato. La diferencia es que, en este caso, lo que se llevaba a cabo en el régimen del Benefactor, es contado por un fiel miembro colaborador; por ende, esta historia narra lo interino del complot de una manera más reflexiva. Eliágabalo, fue un joven que se ganó el cariño de Rafael Leónidas , y ascendió progresivamente , hasta llegar a ser espía y mano derecha; en donde cometió las más imperdonables injusticias con personas inocentes. Mientras el escrito avanza, el juego de palabras de desliza por nuestros ojos, y los sentimientos nos ascienden; nuestro personaje principal va enumerando todo lo que allí se realizaba, tales como: torturas y muertes a presos políticos de izquierda, arrebato de féminas vírgenes a los padres para satisfacer las necesidades carnales de Trujillo, secuestros a docentes, entre otros. Pero lo más preocupante es que, (y es aquí donde entra lo interesante del escrito), Eliágabalo va narrando de una manera tan natural y pasiva, que más pecadores resultarían ser los niños recién nacidos, metafóricamente hablando.

En los adentros de nuestro personaje mencionado, en este ser que la dictadura había creado a su imagen y semejanza, no sentía pena alguna al ver el resultado de lo que él mismo había causado. Aunque, a fin de cuentas, en efímeras ocasiones, sentíase Eliágabalo como un ser asqueroso, repugnante, envuelto en un disfraz que pregonaba la maldad; hasta un día en que le encomendaron una misión al Cibao, y escapó para siempre, aunque nunca se arrepintió de nada en absoluto. 

¿Por qué Eliágabalo, un joven que una vez fue revolucionario, no sentía pena alguna de lo que realizaba? ¿Qué fuerza interior le tentaba a tal infamia? ¿Por qué se sentía bien pregonando el mal…? Son estas y muchas otras más las incógnitas que nos merodean mientras nos ensimismamos en la lectura del escrito. El mismo personaje, más después, y de una manera más filosófica, va dando respuestas a las preguntas transcritas. Para él, el régimen le había arrebatado al mal, en otros términos más concretos, Chapita se había incrustado en su cuerpo y alma. Teológicamente hablando, Eliágabalo era solo la mitad de la religión del zoroastrismo; representaba el mal que luchaba contra el bien. Psicológicamente hablando, en Eliágabalo reinaba más el Ello que el Yo, cuyo destino es el desastre emocional. Filosóficamente hablando, Eliágabalo nació bueno, y la sociedad (El trujillismo con Trujillo) lo convirtió en un profeta de la maldad…

En cuanto a la narrativa del cuento, ha de apreciarse la gran genialidad con que siempre fue resguardada la pluma de Manuel del Cabral. A pesar de ser escrito desde la perspectiva de un personaje principal, pasa de vez en vez de la primera a la tercera persona, y de esta a la segunda, hasta tal punto, asimismo, de que el mismo autor juzga su propio personaje, sirviéndose de los hechos, convenciéndonos y dándonos cavidad a nosotros los leyentes, como personajes terciarios.

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