Por: Enmanuel Peralta


[Una reflexión sobre  los primeros tres días de la Semana Santa, por Enmanuel Peralta]

Amados lectores, ya se acerca el fin de nuestras reflexiones cuaresmales, de las cuales he publicado algunos extensos artículos como ya saben y han leído. Hoy me detengo a contemplar junto a ustedes las reflexiones que enmarcan la vida litúrgica y reflexiva del Lunes, Martes y Miércoles Santos preludio importantísimo para entrar en el corazón del misterio pascual. Espero que sigamos juntos trazando este camino espiritual.

 Amados:

 El ambiente que  nos presentan las lecturas de los evangelios en estos tres días antes del triduo pascual, junto al silencio propio de aquellos que viven profundamente la semana mayor; así como todo el conjunto de las horas litúrgicas y algunas aproximaciones de religiosidad popular manifestadas, nos  llevan a detenernos y a saborear con cierta hambre de contemplación las situaciones que se dan en el círculo íntimo de nuestro Señor Jesucristo. Quien habría de morir unos días después para cumplir, según anunciaron los profetas y el mismo Señor, con la cancelación del pecado y de la muerte, es decir para redimir el Orbe con su sangre como “oblación pura y sin mancha”. Sin embargo, el preludio de este acontecimiento histórico, sangriento y redentor, no esta exento de drama. 

 El ambiente esta impregnado del drama propio de aquel que sabe que algo grande se aproxima. Con Judas demostrando cada vez más los dientes de leopardo, y sus ávidas maquinaciones antagónicas contra Aquel que lo tenía por amigo y tesorero del colegio apostolico. El Lunes Santo, la joven María, hermana de Lázaro a quien Cristo resucitó de entre los muertos después de cuatro días en proceso de descomposición. Ella, dramáticamente, llena de un amor inconmensurable, piadosa, se lanzó a los pies de Jesús con una costosísima barra de aceite de nardos para ungir y perfumar  los venerables pies de su maestro y Señor. Y luego, secarlos con sus cabellos. Seguido de la reprensión que le hace Judas Iscariote, a la joven dama, por derramar tales costosos perfumes sobre los pies del hijo de Dios, y que más bien, según Judas, que era ladrón, deberían venderlo y dárselo a los pobres. Aunque sin ninguna veneración por los pobres, sino porque encontró una oportunidad para robar, porque el pecado de la avaricia le había carcomido las entrañas. Por suerte, Judas es reprendido por Jesús. ¿Cómo Jesús evitará la única expresión de hermosísimo amor que recibió de un ser humano antes de morir? Cuando el mismo Judas pensaba traicionarlo, venderlo y robarle, ¿no fue el amor intenso y profundo de esta mujer lo único que lo consoló cuando su corazón se dilató a sabienda de tantas traiciones y maquinaciones que se cernían sobre él? 

El Martes Santo, Jesús encuentra un cuadro de rostros perplejos, confundidos, diferentes aptitudes y actitudes muy efusivas y extrañas. Hasta Satanás ya andaba rondando en la mesa, según el evangelista. Juan recostado del pecho de Jesús, Pedro le hace señas  para saber quien es el traidor, los otros se miran unos a otros para preguntarse quién será ese; todos estaban tensos, menos Judas y Jesús, ambos sabían lo querían, Jesús comparte su último pan con él,  dandoselo untado. El diablo que andaba rondando como mencionamos, halló en Judas las puertas de par en par; el buen oidor del Diablo, rápidamente,  decidió  aceptar la oferta de vender a Jesús por treinta monedas de plata, poco después de haberse declarado, socialista y  amante de los pobres. 

 Pintemos el cuadro con los trazos de Da vinci: Lunes Jesús recibe un amor bellísimo de mujer; y el Martes anunció la negación de Pedro y el Miércoles recibe una de las traiciones más crueles de los hombres en todo la historia de la humanidad, ni el corazón de Julio Cesar con la traición de su hijo Bruto se sintió tan molido como el corazón del maestro de Israel.  

 Si imaginamos, bajo meditación intensa, todas estas imágenes, con hechos sucesivos, cargados de significados profundisimos, que superan los tiempos, frente a un Pedro emocional que dices babosadas sobre la muerte, un Traidor avaro y ladrón, un discípulo sobre el pecho de Cristo y otros discípulos completamente confundidos, en el limbo. Uno mismo en relajada meditación se habría de preguntar: ¿Y yo cual soy? 

 Yo mismo, antes de comenzar a escribir estas páginas, empecé mi hermoso meditar, imaginándome ser la Maria que cubría de nardos los pies del maestro. Pero profundizando en la meditación, para ser sincero, he terminado siendo el Judas. Que arrastrado por los pecados capitales no repara en apartarse del camino de la cruz, ponerme en contra de Dios mismo, a cambio de complacer cuantas insinuaciones demoníacas nos presenta la vida diaria, de placeres, de vanidades, de soberbias, de derroche de tiempo y de palabras en reuniones de negocios y perezoso y cosas non sancta. ¿Cuántas veces me he apeado de la Cruz? No este el pecado de Judas y la traición de sus discípulos, y como decía san Agustin: “Peccatum vertit oculos adversus  Deum. Et converte eas ad creaturas”. 

¡Oh, cómo he terminado siendo Judas! ¡Mis ojos adversos a Dios y mis afectos reposados en las criaturas! Mis ojos están en las cosas de este mundo, en una lucha interminable, dramática. Mira cómo se despliega la carne en los tormentosos sabores de las criaturas, que dejan el paladar agitado, el corazón ciego y el tormento de una mente sin silencios. 

Me falta al igual que a Judas, verdadera preocupación por los pobres. Oh avaricia, qué rueda tras las riquezas y placeres de este mundo, tu me arrastras con tus fatuas imaginaciones. 

Me falta verdadera devoción por Jesucristo, como la tuvo la hermana de Lazaro. Mi alma se seca sin el nardo costoso de un corazón puro para perfumar sus pies. 

Me falta silencio y prudencia para evitar caer como Pedro en juramentos que no voy a cumplir, pues es estaca quebradiza mi carne para soportar el dolor y dócil para evitarlo y buscar los placeres de las tendencias del cuerpo. 

Me hace falta la ternura de Juan para recostarme en su pecho, rendido y derrotado. 

Oh, Cristo que conoces el Ars moriendi, enséñame también a mi a morir por lo que es justo y verdadero. Y en tu pecho morir con vos, después de derramar mis perfumes de un corazón devoto. 

Amados, que esta semana aprendamos el arte de morir, durante las celebraciones del misterio pascual.  

Desde mi celda, el ermitaño metropolitano Enmanuel Peralta

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