Por: Enmanuel Peralta


[Una introducción al nuevo fenómeno de la “verdad”].

Alguien me había dicho después de una larga conversación sobre cine, que la película Don’t Look up(No Mires hacia arriba) dice la verdad. Y se viene repitiendo en muchas paginas, y muchos otros grupos de redes sociales. Me quedé estupefacto ante tal aclamación tan pretenciosa. Y de inmediato yo exclamé, como por inspiración divina: ¡Netflix diciendo la verdad!

Basta verla y saber que el mayor grado de manipulación esta donde existe mayor pretensión de “iluminar a las masas con la verdad”

Me llega a la mente algunos subrayados del escritor y dibujante cómico español Rafael Estrada Delgado: “La televisión posee las mismas capacidades que medusa, porque todo el que la mira se convierte en piedra: durante el dia, por la tarde, pero– especialmente al caer la noche, el diabólico aparato inmoviliza a millones de personas que no pueden hacer nada por evitarlo”. Podría ser que Estrada exagerara, al no verle nada bueno a la televisión, pero no esta muy lejos de una realidad adyacente al espectro televisivo, hoy transformado en el “streaming”.

Empecemos, la película en su naturaleza cinematográfica, o sea artística, es bastante cuestionable. No hay un gran plano, ni la gran secuencia, ni la gran trama. Nada plausible ni deleitable a lo sensorio; un elenco de actores con talentos excepcionales derrochados en una cinta con un desarrollo, increíblemente, disperso, una mala fabulación y una disparatada concatenación de las escenas, cuya idea central es la advertencia sobre el advenimiento de un fenómeno astronómico en tiempo relativamente corto—¡un cometa!—, y que, a pesar de tener la capacidad de arrasar con la vida humana de la faz de la tierra, se puede aún preparar una defensa adecuada frente a la catástrofe, por manos de las autoridades de EE.UU. Al menos, según la trama podrían preparar el mejor de los intentos de salvar la humanidad. Sin embargo, el gobierno asume la campaña electoral y las trivialidades mediáticas que la caracterizan como una prioridad.

Todo esto en una película con personajes más o menos planos, sin desarrollo ni evolución en un grado aceptable para las maravillas que podrían lograr esos actores. En fin, una sátira realizada con bajo entusiasmo estético que evoca una disgregación y una confusión del melodrama. A veces, mientras la veía no sabía si reír o qué. Pero como dicen muchos, lo importante es que dice “la verdad”.

La tan mencionada “verdad” consiste, es, en un hacer alusiones continuas a cuestiones completamente sabidas: los científicos hacen descubrimientos y advertencias sobre fenómenos peligrosos para la vida humana de orden astronómicos– naturales y sociales–que, muchas veces quedan archivados sin que tengan ninguna relevancias en las políticas públicas de sus respectivos gobiernos, que los políticos son corruptos, que las autoridades ignoran cosas importantes cuando están en tiempos de campaña, que los políticos crean espejismos mediáticos para ablandar y suavizar la realidad, que la autoridades te venden lo que “es gratis” como militar de alto rango le vendió los “snack” a los científicos. ¿Qué más “verdadero” tiene? Tal vez van a seguir como los pseudos cinéfilos elaborando teorías sobre las preguntas que se hicieron el equipo de científicos en la sala de espera del despacho de la presidente: ¿Por qué nos cobran lo que debería ser gratis?

Pero ¿qué verdad Netflix desea decirte? Si, una. La “verdad” que deseas escuchar. Hoy en día todo el mundo desea escucharse a sí mismo, sus propias teorías cerradas, y esta película es una forma de auto proyectarse. Y eso es lo que ha proyectado esta película, sin más. Las elucubraciones mentales, más o menos fundadas de teóricos de la conspiración, el cientificismo catastrófico, el evangelismo meta apocalíptico e izquierdofilos frenéticos. Todo por el precio de uno. Palomitas, soda más felices y contentos.

Todo lo que nosotros queremos decir, y que seamos escuchado alrededor del poder, de la ciencia y la teoría de conspiración, pensando que todo el que nos rodea esta errado, y, yo que descubrí la verdad, por “mi inteligencia” y la “revelación” tengo la razón. Y los demás solo tienen el derecho a escucharme. En sí, uno se convierte junto a la película en meme de si mismo. En un mega meme de toda una sociedad tan confundida como la película.

Sin embargo, en vez de la confusión manifiesta que nos atañe a nosotros para encontrar salidas con aptitudes más o menos prudentes sobre efectos nocivos del comportamiento del poder y la enajenación colectiva, la película  nos lo niega como reflexión. Al contrario, en vez de una  salida luminosa, como toda verdad manifiesta, cogitada, se nos brinda la desesperación de cooptar que cada uno pose con la actitud encumbrada de la posesión de la verdad individualmente de forma definitiva.  La película es una tremenda ayuda para encontrar esta clase de soberbia dentro de  nosotros, en su máximo esplendor: la pretensión de la posesión de una verdad. 

El contentamiento con una verdad a media que sirve para charla de peluquería, es lo que hemos encontrado, y nada más. Más verdades hemos encontrado con la divulgación por Wikileaks de Julian Assange que la que ha publicado todo Hollywood y la prensa mundial en los últimos cincuenta años. Y nada nos hace recordar ni proclamar a Julia Assange como un héroe.

Es en realidad un tema interesante, conspiración y negligencias políticas, altamente estudiado antes de exponerlo, pero cuando ves un elenco tan pesado en una película con un guión tan dislocado, y presentada con tantas ínfulas de “verdades”, se cae en el riesgo de pretender que estamos siendo iluminados por la realidad de los hechos que se narran en ella.

Me asombra tanto que los cientificistas y los conspiranoicos queden atrapados en un “ecumenismo” sincrético sin sentirse ofendidos unos a otros. Ambos que se detestan a muerte, pueden sentarse a gusto a ver esta película y sentirse halagados. La idea de la cinta, se centra, como todo falso profeta, en darle a cada cual una parte de su razón; propio de las verdades netflixianas; así, también se les reparte algo a los evangelistas apocalípticos de distintas denominaciones. Ahí tienen un bocadillo, para confirmar sus predicciones sensacionales.

Realmente es una película que dice “la verdad” y nadie queda ofendido, lo cual es asombroso, porque los que dicen la Verdad suelen ser vilipendiados, arrojados, anatemizados, y hasta crucificados. Pero la película trata de eso, ponen a sufrir a lo que dicen la “verdad”, dirán muchos. La película es un placer somático, una droga interesante para lo que va de siglo en contraste, palpitante con la realidad de la pandemia y la reacción de los gobiernos y la sociedad frente a los fenómenos de la naturaleza, en medio de un conjunto de actividades humanas sin precedente ante una “verdad dicha”.

El mayor peligro ideológico y moral de la película estaba en la invitación a la audiencia a pensar y a tenerse por inteligente. O, inculcar la frase más empalagosa de los populachos: “eso uno lo sabe que es así”, o “eso es verdad” y “eso esta en la biblia”. Es un peligro mortal, pensar que es así, tanto como pensar que “no, no es así”, radicalmente. Pero la euforia de los fenómenos virales a veces nos quita la profundidad de los análisis para dar pasos a las opiniones más o menos rimbombantes que surgen, incluso, de nuestra débil capacidad sensorial.

Después de esta brevísima introducción crítica a la cinta mediática “Don’t look up”, nos preparamos para una segunda entrega escrita donde podemos disertar sobre qué es la verdad en el arte cinematográfico de esta cinta, disertaremos sobre los elementos pobres de su proyección de ideas, su puesta en escena tan ruidosa y dislocada, el satirismo poco elocuente, y además demostraremos que es un cliché más de esos pseudo apocalípticos y pseudo críticos.

 

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