—Encienda su cámara y micrófono, por favor.

—Deja ver… Creo que ya…

—Todavía no la ha prendido!

—Umm! Esta tecnología de mierda… A ver, creo que ya está. ¿Estamos transmitiendo?

—Ahora sí, e…, señor Lluveres nuevamente le reitero mi agradecimiento por aceptar la entrevista y compartir en este espacio de “Conociendo la Literatura Dominicana Joven”.

—Para mi un verdadero placer, hermano. En lo que inste al conocimiento y el bien de la sociedad, pues cuente constantemente con mi presencia. Siempre he soñado con un pueblo dominicano tan pensante como la Grecia clásica. ¡Wow! ¡Qué tiempos!

—Je, je, je. Admiro en usted lo locuaz que resulta ser para dar sus puntos de vista en alguno que otro tema.

—Ahora bien…, ya que me ha hablado de sus escritores favoritos (expuso brevemente sobre la narrativa cuadricular y triangular de Cortázar, de los endiablados laberintos de Borges, de su cuentista dominicano favorito Virgilio Díaz Grullón, de los poetas que más admira Pablo Neruda, Moreno Jimenes y Mieses Burgos, de su novela favorita Over, etcétera), me gustaría escuchar la lectura de alguno que otro de sus cuentos que forman parte del libro que publicó este año, y, por albur, resultó ser ganador en la Feria Internacional del Libro de Santo Domingo.

—Sí, procederé con ello… Pero antes de leer mi cuento (en este caso un microrelato que escribí hace ya varios años), me gustaría saludar a todos los amigos que nos siguen a través de Facebook live y demás redes sociales alternas. Bien, el cuento que les voy a leer se titula El día de los muertos. Y dice así:

El reloj te da indicios de que has estado leyendo por más de hora y media. Recostado en el espaldar del camastro, tus dedos van recorriendo la página novecientos noventa y nueve del cuarto tomo de la enciclopedia Quillet, en tu edición del 1974. El silencio de la voz dormita. La madrugada avanza y tu conciencia es un claro testigo de ello. Con un bolígrafo verde oscuro, subrayas algunos fragmentos sobre las batallas y conquistas de Alejandro Magno. Tachas: “Y las tropas de Alejandro el grande no cedieron ante el formidable ejército del rey Darío II, a pesar de este último redoblar la cantidad de sus hombres”. Inclinándote un poco, alcanzas la agenda y empiezas a tomar apuntes por segunda vez. Mientras avanzas en la transcripción escuchas una nave sobrevolar encima de la ciudad, seguido del zumbido de unos pasos que se asoman al pórtico de tu cuarto. Desde tu posición abandonas el latoso compendio en la mesita de noche. Observas con atención. Una ascendente oleada de luminosidad va penetrando por debajo de la puerta, que de un golpe agudo se abre. Te invade el pavor cuando de pronto, logras visualizar la silueta de un alienígena que yace atrapada en la incandescencia de la luz. El ignoto ser —que ahora se dirige hacia ti—, es de adusta estatura, de ojos brillantes, de vientre deforme y verdoso. En su decrépito rostro, una herida aún reciente figura desde el cuello hasta los orificios del pómulo izquierdo. En la mano diestra, sujeta la cabeza de un humano de rostro palideciente y ojos abiertos, que sangra por su destrozada mandíbula. Le diriges un saludo. El individuo se rehúsa a responder y sigue caminando en tu dirección. Tus mejillas tiemblan. No sabes qué intenciones están incrustadas en la conciencia de aquel ser espacial. Nada en absoluto te llega a la cabeza, siquiera un absurdo pensamiento. Algo horrible puede sucederte si no actúas lo más prontamente posible: todo conduce a que serás su siguiente víctima. Sin pensarlo más te despojas de la agenda. Remueves la pequeña almohada. Tomas la escopeta que reposaba allí desde hacía una semana. Cuando das vueltas al tambor y halas el gatillo, “¡Aide!, aide s’il te plait!”, te levantas dando gritos de la cama. Apenas tomas conciencia, en ese preciso instante en que se recopilan los fragmentos de la memoria, te percatas que tuviste una pesadilla toda la noche. En el calendario del tablero (cerca del retrato de Max en la NASA, poco antes de su fatídico viaje en el SpaceZ del año dos mil treinta), visualizas que ayer era el día de los muertos, y no le encendiste los cirios a tu progenitor…

—¡Bravo! Le ha quedado fascinante, señor Lluveres. E…, es una historia atrapante e…, de principio a fin. Nada más aterrador que la llegada de un engendro que habita otra galaxia. Ya veo que estás, e…, digamos, dominando la atmósfera de un verdadero relato. ¡Más que merecido dicho premio!

—Gracias por escucharme, hermano Nin. Pero debo decir algo sobre este texto que me carcome día y noche la conciencia. Esta microficción no salió de mi pluma, creo que sería incapaz de crear semejante historia; tomé las ideas de un joven escritor llamado Ryan Santos, inclusive, todo el libro es un plagio de su obra.

Autor

Una respuesta a “              Cuento: El día de los muertos”

  1. Muchas gracias por compartir con esta novata.

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