Por: Ryan Santos


¡Recomendación literaria!

Introito:

 La narrativa, al igual que todo quehacer literario es transitoria, dinámica, cambiante. Hoy en día, no se cuentan historias como se hacían hace treinta o cuarenta años atrás, aunque los temas sigan estando ahí, muchos de ellos con más matices que otros en la contemporaneidad. Es por ello que, todo lo que pretendemos narrar (que nuestro "ego" escritural nos hace creer que son ideas innovadoras), ya fue pensado, —en un ejemplo de la narrativa nativa—, por José Ramón López o Sócrates Nolasco. Lo que sí distingue a un autor de otro, es la forma en la que transmite sus historias a sus leyentes, y es por ello que, en todo el siglo veinte, la literatura dominicana vivió en su más alto esplendor; pues contó con sólidos narradores que marcaron un antes y un después por los frutos que atrajeron sus obras. Dentro del grupo, hablaré de un autor que he leído relativamente poco (sólo un cuento), que me pareció muy interesante.

Este texto, narra una historia un tanto común, pero atrae la manera en que el cuentista la narra. Aquí, empieza con un monólogo interior del personaje principal, que es invitado por Elizabeth (su esposa), al Hotel Gott, que había sido inaugurado en aquel entonces. En la nota que le había enviado su pareja, decía que allí todo sería amarillo, cuyo color empañó la psicología de nuestro personaje principal, que empezó a relacionar el color primario con hermosos objetos que abundan en la naturaleza. Allí, mientras movía el picaporte del pórtico, se encontró con un tal Ariel, que también fue invitado por Elizabeth al hotel Gott a la misma hora que a nuestro personaje principal. Los dos —que aguardaban semejanzas en sus características—, se conocen y esperan, pero Elizabeth nunca llega. Los dos van al cine, y al llegar (y es acá cuando Arturo Fernández empieza a trabajar lo más interesante del escrito), se encuentran con obreros de diferentes quehaceres diarios que también recibieron la nota de Elizabeth en el hotel Gott… Al pasar los minutos, nuestro personaje principal cae ultrajado en un abismo de enigmas. Se cuestiona sobre su realidad, sobre qué será de Elizabeth si en realidad él es su emparejamiento, sobre cómo demonios llegó allí hasta un bebé recién nacido invitado, etcétera. ¡Elizabeth se ha convertido en el epicentro de todos los asistidos allí! No pasa otro nombre por sus cabezas! ¡Es el Dios de sus intantes! A la media hora, después que se marchó Ariel con una azafata, llegó un indescifrable mensaje de Elizabeth que nadie logró descifrar, lo que le dio motivos a nuestro personaje principal de abandonar todo para siempre, de no pensar jamás en ese nombre que lo había marcado en esa cálida tarde. Finalmente tomó sus maletas y se fue.

Aunque el final no está del todo bien logrado, es un texto que atrapa por su estructura como ya había mencionado. Aquí, Arturo conjuga la esperanza del dominicano, y los elementos del cine, —específicamente del cortometraje—, para llevarlas a las tramas de esta obra. De la primera persona, específicamente en los diálogos, el cuentista pasa al narrador omnisciente para darle la orden al personaje de responder lo que tenga en mente él (el narrador omnisciente, que lo trata como un muñeco de poliéster), de saber en milésimas de segundos lo que va a gesticular el otro personaje. Sus discursos, por su parte, son bien fluidos, pues el autor fue un gran crítico de cine, y tiene buen dominio de dicho tema.


Ryan Bladimir Santos

Ryan Bladimir Santos Roque (Salcedo, provincia Hermanas Mirabal, 20 de septiembre del 2000). Estudia Educación Básica en la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD), recinto Santiago. Ha sido animado, reconocido y felicitado por numerosos escritores, críticos y poetas de país. Pertenece al taller literario Virgilio Díaz Grullón de Santiago, cuyo director es el poeta y gestor cultural Enegildo Peña, igualmente forma parte de la literaria Miercoletras, dirigida por el laureado poeta y ensayista Juan Matos.

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