La falta de entendimiento de las causas y el temperamento natural de cierto grupo de personas, acentuado por una mala enseñanza sobre el debate y posiblemente una deficiencia psicológica que le impide digerir conflictos, crean una especie de corriente alternativa donde la actitud aparentemente más sabia, más serena y más humana es la neutralidad. Es decir, conformarse con no asumir una postura política representada por grupos.

Hablamos de los que no eligen bandos. Estos a los que les resulta incorrecto parcializarse porque sería entrar en un juego sin sentido para ellos. Naturalmente son los que creen en la dignidad de las personas sin importar lo que hagan, en respetarlos y aceptarlos sin importar lo que piensen. En este ejercicio de sutil autoengaño subyace una serie de problemas preocupantes.

Primero, la naturaleza de la sociedad no es arbitraria

Las normas de lo que consideramos bueno, malo, ventajoso y vergonzoso se configura en razón de la experiencia social. Al margen de algún fundamento moral intrínseco en las personas, los individuos creamos sistemas de costumbres para legitimar las acciones que consideramos mejores, y las exaltamos a través de los símbolos y las delimitamos a través de las reglas.

Encontrarnos en una sociedad donde, de repente, es irrelevante el Código, y todos deben ser tratados de igual forma sin importar si lo acatan o no, rompe la lógica de toda convivencia posible. Porque no hay acuerdo entre dos personas que no se han puesto de acuerdo sobre ponerse de acuerdo. Las ínfimas diferencias personales permitidas no deben disuadirnos de lo imprescindible que es para la supervivencia la uniformidad fundamental que nos permite coexistir unidos. La regla del juego, es que hay cosas que nunca deberían estar en juego.

Segundo, el Estado no es arbitrario

Este fenómeno se representa de una forma más sólida en el gran aparato político que nos gobierna. El Estado, que siendo la suma de los ideales subjetivos de una nación y sus símbolos y sus canciones y su historia, deviene en ser un cuerpo sólido y estático que necesita utilizar su poder para garantizar su propia supervivencia.

Y en razón de ello, crea un sistema donde, somos iguales hasta cierto punto, libres hasta cierto, y soberanos hasta cierto punto. Aquí es donde hay quienes creen que el cierto punto no debería existir. Sin embargo, pierden de vista dos elementos fundamentales. Primero, que el bienestar de todos no sería posible en el estado salvaje donde cualquiera puede hacer lo que quiera, y segunda, que podemos estar seguros si ese sistema que nos regula es escogido por nosotros mismos.

Una de las dimensiones que mejor esclarecen esta tesis tiene que ver con la religión. Sería top de la corriente contemporánea abogar por el igual respeto de todas las religiones. ¿Pero qué son las religiones sino visiones del mundo, la trascendencia del ser humano y códigos de conducta? ¿Viven las religiones abstraídas de nuestra realidad? ¿No nos afectan sus ideales en la medida en que sus adeptos caminan entre nosotros?

¿Por qué habría que dar igual trato a todas las ideas porque estén protegidas por el término Religión? ¿Acaso las ideas macabras no pueden ser religión? ¿Acaso la violencia no puede ser religión? ¿Acaso abolir el propio Estado no podría ser una causa religiosa, basado en el sueño de algún falso profeta? La historia es más que elocuente. El contenido de una religión o denominación nos ha llevado a fundar naciones libres e impulsar los derechos humanos, como también nos ha llevado a guerras, abusos terribles e incluso sacrificios humanos. Lo que legitima políticamente una religión es su afinidad con la búsqueda del bienestar en los marcos en que una Nación ha decidido perseguirlos.

Pero a los que no eligen bandos esto no les importa. Su argumento es emocional. Y su mundo es idealista. Bastaría que practicaran introspección con ejemplos básicos de la vida para darse cuenta que la arbitrariedad en estos términos es imposible. Bastaría que tuvieran una empresa para darse que prefieren un arquetipo de empleado por sobre otro por condiciones que favorecen la estructura, como a la teoría social le favorece un arquetipo de individuo. Bastaría con que tuvieran una pareja para darse cuenta de que amar a alguien implica condiciones. Bastaría ser asaltados en la calle para desechar que la subjetividad de los individuos es completamente válida de plano.

El peligro es que esta gente, profetas del amor por todo, no se dan cuenta que complican el trabajo de los que luchan por evitar que en la sociedad en la que ellos viven surjan los monstruos que tanto tiempo han tomado destruirse o disminuirse históricamente, o peor aún, que monstruos nuevos y desconocidos nos asalten dentro de la casa común que hemos erigido llamando País.

Ellos no saben que el amor por todo, es el infierno.

-Gabriel Brito

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