Por: Enmanuel Peralta
Amados lectores:
Para comenzar, “no nos atrevemos a muchas cosas porque son difíciles, pero son difíciles porque no nos atrevemos a hacerlas”. Esto escribió el gran Lucio Anneo Séneca en sus Cartas a Lucilio. Parto desde este gran estoico, conocido como filósofo, pero ser filósofo en la forma en que la edad contemporánea lo define es una injusticia. De manera que, ser un Séneca y ser un triste torpe como Emil Cioran existen infinitas diferencias, como un vivo de un muerto. Séneca era un polímata, como realmente debe de ser un filósofo, como lo fueron siempre los grandes filósofos Latinos y Helenos. Y como lo serán siempre los que sean grandes hombres y mujeres de todas las épocas. Ser polímata es una de las aspiraciones más profundas que puede albergar un ser humano. Séneca fue político, orador, escritor, maestro, guerrero y un gran sabio de su época y de todas las épocas, trabajó para cuatro difíciles emperadores de caracteres peculiares y extremos como fueron Tiberio, Caligula, Claudio y Neron; de este último fue su tutor. La vida, para vivirla bien, aun en medio de tantas influencias desasosegantes, es inseparable de una filosofía; inseparable como lo es también del trabajo y de la guerra. La vida es una actividad del espíritu y el cuerpo, pero la buena vida, es decir la vida del hombre eterno, se juega entre la filosofía de vida que adopte según decía Epicuro, su espiritualidad y la salud corporal para ejecutar la hermosa tarea de vivir. Y de vivir bien, más que vivir mucho.
No se confunda este buen vivir con la vulgaridad imperante en los hombres arrastrados por los conceptos postmodernistas de las sociedades de hoy. A estos, que en la sociedad griega, Aristóteles menciona que le llamaban “amadores de sí mismos” o “amigos de sí mismos''. No nos referiremos a este amor vulgar por sí mismo. Aristóteles nos lo aclara mejor en el capítulo VIII del libro Nono de su Ética a Nicómaco: “llaman amigos de sí mismos a los que, en lo que toca a las honras, a los intereses y deleites corporales, toman la mayor parte para sí. Los cuales son dignas de reprensión. Pero estas y tales cosas apetecen al vulgo, y las procura como si fuesen las mejores, y por esto hay muchas contiendas. Los que son pues como estos, codiciosos y complacientes de sus propios deseos y afectos, y a toda parte del alma que es ajena a la razón”.
Según comenta Aristoteles en el mismo capítulo VIII del libro Nono de su Ética sobre estos hombres “amadores de sí mismos”, que eran constantemente “vituperados” por los sabios. Pero, sigue diciendo, “si tal o cual hombre, procura en darse para sí mismo toda cosa justa y honesta, y toma para sí las mejores cosas ilustres, complace para sí mismo aquellas cosas que le son propia a la razón, si a ello obedece”. En este caso el caballero polímata encuentra cabida a la razón, tomando para sí lo mejor de las cosas ilustres. No hay mejor expresión de amor por sí mismo que el verdadero deleite en la verdad, el bien y la belleza. Por lo tanto, el caballero polímata gastará su vida en las alturas más profundas de su existencia en conquistarlas.
Aunque hoy en día, los hombres y las mujeres aspiran a grandes cosas, la debilidad de los espíritus postmodernos y la flojera mental esclavizan y someten grandes talentos en potencias, y no solo para discernir lo que realmente es “grande” y “digno” de ser alcanzado, sino que, también los espíritus post modernos carecen de métodos valiosos para alcanzar los objetivos propuestos. Aunque nunca se ha alcanzado ninguna cosa “grande” con cálculos meramente matemáticos ni con la exhaustividad epistemológica de los distintos métodos científicos. Más bien con características más psicológicas de actitudes y aptitudes se logra alcanzar la polimatía y la grandeza del espíritu. No la presunción de la polimatía, sino, es decir, la grandeza que está en el desarrollo de la persona, integralmente, frente a las circunstancias desafiantes de la vida y el destino. Pues “dioses somos” recalcó Jesucristo frente a los fariseos. Esta divinidad del ser, no se alcanza sin él, y, que no es diferente que haber dicho en vez de “dioses somos” o aquel que es capaz de alcanzar la verdadera belleza—la Belleza increada—; la verdadera verdad—la Verdad Eterna—, y el bien—el Bien Absoluto—. Pues el hombre mismo en todas sus potencias, es la suma de tal verdad, belleza y bien. Y solo Cristo decía Dostoievski es la Verdad, la Belleza y el Bien.
Sin embargo, hoy en día, el hombre ha de ser encaminado, motivado y ayudado, no sin montones de sacrificios a alcanzar el máximo grado de su expresión divina, que yo le llamo, la polimatía, y a los que están en el proceso, pues guerreros polímatas. Animarnos unos a otros como una fuerte hermandad donde alcanzamos con ayuda mutua a reflejar en nuestro ser completo la belleza y la brillantez de ser un guerrero polímata, sin la torpeza de presumir y sin la mediocridad de la codicia, que solo busca el brillo momentáneo de una estrella fugaz. Decía Tomas de Aquino, el doctor angélico: “brillar no es malo, pero mejor es iluminar”.
Para ello, es necesario un gran “reset” de la mentalidad postmoderna, escapar de su ruido, vencerla, aplastar la serpiente que envenena con sus múltiples vicios el espíritu humano. Se necesita una especie de corrección divina. En palabras de Cristo, una conversión, una vuelta a Dios como decían los antiguos profetas. O, como lo gritaba Juan el bautista: arrepentíos, nido de víboras.
Los que no estén dispuestos a pagar el precio de una muerte óntica y de una autodestrucción del ser envenenado de postmodernismo, no pueden alcanzar el nivel de un guerrero polímata. Alcanzar expertises y dominar conocimientos en múltiples facetas de la vida, no es para espíritus viciosos de entretenimientos postmodernistas, ni cobardes, ni mediocres. Por lo tanto, sigue vigente y necesario, buscar incansablemente las verdades últimas del ser, su potencial, su grandeza, la divina humanidad que reside en nosotros. El camino a la esencia de la polimatía, se puede rastrear estudiando la vida de los grandes personajes de la historia, de las cuales poseo una lista numerosa para estudiar a lo largo de mi vida, pero sin duda alguna, la vida de Cristo, es la más ilustre y excelente de todas, sin la cual, los demás hombres carecen de luz y fundamento. Incluso, cualquier ser humano, que no se estudie bajo la lupa de Cristo carece de comprensión. Séneca, el ilustre romano, del cual abordamos al principio hace una recomendación similar a su discípulo Lucilio con una frase de Epicuro: «Hemos de escoger a un hombre virtuoso y tenerlo siempre ante nuestra consideración para vivir como si él nos observase, y actuar en todo como si él nos viera». Y no obstante, agrega felizmente el ilustre romano: «¡Bienaventurado aquel de quien no solo su presencia sino hasta su recuerdo nos mejora![…] Si no es conforme a un patrón no corregirás los defectos».
He aquí una forma de iniciarse en la búsqueda de la polimatía, que también, en la filosofía Aristotélica es la búsqueda de la excelencia. Por ello, amados lectores, no solo propongo buscar un modelo de hombre, sino el más excelente de todos, en quien la historia misma encuentra y ajusta el propio significado: Jesús de Nazaret.
Sin embargo, además de escoger un ilustre patrón, del cual aprender, existen en nosotros actitudes que no nos permiten abrirnos caminos, por lo cual, considero aquí, algunas conductas de las cuales deberíamos apartarnos antes de iniciar el vuelo. San pablo no desencaminado, con sus palabras, lo que yo llamaría “actitudes iniciáticas” de un verdadero polímata universal: “Desterrad de vosotros todo exacerbamiento, animosidad, ira, pendencia, insulto y toda clase de maldad”[Carta a los Efesios, 4, 29-32]. El nuevo hombre urge que emerja con toda sus fortalezas y capacidades, sin impedimentos de conductas dañinas que nos alejan más que nos acercan de ser un caballero polímata. Ningún ser humano capaz de escuchar la divina voz interior que lo llama a cumplir con el propósito hacia el cual fue creado, no desestimará las propuestas de un nuevo renacimiento holístico de su persona. Cuatro elementos que en poco tiempo nos harán mejorar bastante en cualquier campo, emprendimiento, aventura o desafío. Y esto constituye la puerta estrecha del guerrero polímata:
1. Disciplina. Es la doctrina del discípulo, sobre la rigurosidad necesaria para emprender la transformación del ser. Dejar el viejo hombre y transformarse en un hombre nuevo requiere de métodos adquiridos paulatinamente, con cierto dolor pero necesario. “Donde hay disciplina hay orden y rara vez falta la buena fortuna”, dice Nicolas Maquiavelo en El príncipe. Y en esto consiste, la disciplina, en abrazar con ternura y templanza la rigurosidad, la rudeza y el dolor natural que le son propios a los grandes procesos. Jin Roth lo pone así: “por cada esfuerzo disciplinado hay múltiples recompensas”. La disciplina es, sin duda, el arte de aprender a domar el animal que llevamos dentro para alcanzar la plenitud del ser, sabiduría, fuerza, habilidad, destreza y velocidad en cualquier campo basados en la verdad del espíritu.
2. Paciencia. Abrazar con ternura el tiempo natural requerido en los procesos de transformación. La lucha consigo mismo, contradestructivos vicios como la soberbia, la ira, la avaricia, la lujuria, la gula, la envidia y la pereza. Esta batalla requiere un esfuerzo estoico para que el rigor produzca frutos. La paciencia es la ciencia de la paz interior frente a la tempestad. Se refleja en la calma de los actos, en la ternura del semblante, en la sonrisa apacible. Sobre todo la paciencia se refleja en aprender a disfrutar de los procesos. Esto es el verdadero dominio de la naturaleza humana, y, aunque la paciencia es amarga— decía Jean-Jacques Rousseau—pero produce sus frutos. Y esto se empieza a saborear después de contemplar los grandes beneficios a largo y a corto plazo; el disfrute de los procesos es sublime. ¡Créanme!
3. Diligencia. Es la capacidad para ejecutar las tareas trazadas en determinado tiempo con la perfección y delicadeza que demanda la actividad que ejecutamos para alcanzar un logro. Ejecutar sin demora. La pereza es vencida fácilmente por el corazón diligente. La palabra diligencia procede etimológicamente del latin “diligere” que curiosamente significa “amar”. Pero no el amor en general, sino amar con delicadeza, con cariño. Especialmente en el servicio hacia las cosas que deberíamos hacer para ejecutar una tarea. Diligencia es hacer con ternura y perfección las tareas a ejecutar tanto a uno mismo como al otro. Y la diligencia más que amar a las personas en sí, es amar lo que se hace en sí que a la persona. Por ejemplo, el maestro es diligente en cuanto prepara bien sus clases y llega a tiempo a impartir su asignatura. El amor diligente no es amor vago, es concreto en el desempeño del oficio. Un polímata, debe amar el proceso de aprendizaje, los métodos, la disciplina, porque su diligencia lo hace grande, y muchos serán los que lo van a apreciar y solicitar sus servicios.
4. Dejar todo en manos de Dios. La obra por excelencia es de Dios. Nosotros solo somos instrumentos suyos para reflejar su gloria. ¿Cuál es la mayor gloria de Dios? Retóricamente en una homilía San Juan Crisostomo pronunció esta misma pregunta. Y la respuesta fue, “pues la mayor gloria de Dios es un hombre lleno de vida”. Esa es, sin duda, la mayor gloria de Dios, reflejarse a sí mismo en nosotros, lleno de fuerza, vitalidad, sabiduría, fe, esperanza y gloria. Para ello nos hizo lleno de gloria y para que no la perdiéramos completamente con más excelsitud nos redimió. Con nuestra disciplina, paciencia, diligencia y la fe puesta en Dios, somos imparables, inquebrantables. Somos fuego ardiente encendidos como antorchas en la calle. Con nuestro ejemplo en las tareas diarias, disciplina y sabiduría, dominamos fácilmente cualquier tarea, campo o desafío. Para la industriosidad y talento no hay caminos inconquistables. Levántate y trabaja en el guerrero polímata que hay en ti.
Ad maiorem Dei Gloriam
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