A pesar de que los nombres de Duarte, Sánchez y Mella han pasado a la posteridad ligados como amigos y Padres de la Patria, eran de temperamentos diferentes. Duarte y Sánchez eran pacientes, tranquilos, sensatos y muy inteligentes, Mella, en cambio, era impulsivo, impetuoso y decidido, hombre de acción. Mella por lo regular generaba ideas propias que ponía en práctica sin contar con la opinión de los demás, casi siempre ponía en riesgo la misión. La impulsividad de Mella llevó a Sánchez a quejarse con Duarte, diciéndole a través de una carta que: "[Mella] es el único que en algo nos ha perjudicado nuevamente, por su ciega ambición e imprudencia”.

El historiador haitiano Thomás Madiou se hace eco de la impulsividad de Mella cuando relata lo acontecido la noche del 27 de febrero de 1844 en su Histoire d’Haïti, dice: «Llegó la noche y los conjurados, que se habían dado cita detrás del matadero, esperaban que sonaran las once para proceder. Pero Ramón Mella, impaciente, disparó su trabuco, lo que contrarió un poco el movimiento, porque los haitianos, alertados por esa detonación, se pusieron sobre las armas».

Según otros testimonios, Mella le quitó el arma a Eugenio Valencia, quien era “medio flojo” y dudaba de la eficacia de la pólvora. Con el arma en la mano, Mella rastrilló e hizo salir el tiro, que, a favor del silencio, resonó con estrepito en toda la ciudad, pues, el cónsul de Francia en Santo Domingo fue testigo indirecto de aquel acontecimiento, pues, escuchó el disparo de Mella desde su casa, según confirma él en una carta enviada a su superior: «como se había anunciado, la señal fue dada a las 11 de la noche por una descarga de mosquete disparada al aire. Media hora después, la Fortaleza respondió con dos cañonazos en señal de alarma […] desde el primer disparo una multitud de familias alarmadas vinieron a colocarse bajo la protección del pabellón francés […], en vano yo traté de tranquilizaros con mi ejemplo y mis palabras»

Sobre aquellos breves instantes en que se produjo el célebre disparo de Mella, se han tejido dos explicaciones: la primera, que obedeció al propósito de evitar que los comprometidos, ya en la puerta de la Misericordia, temerosos de alguna reacción gubernamental, regresaran a sus casas: «cuando parecía que el plan podría fracasar, el prócer disparó su trabuco y exclamó: “¡La suerte está echada! No podemos retroceder» (testimonio de Cayetano Abad Rodríguez, testigo ocular)

«Ya no es dado retroceder —dijo Mella, según Manuel de Jesús Galván— cobardes como valientes, todos hemos de ir hasta el fin. Viva la República Dominicana; y una fragorosa detonación de su pedreñal acentuó el heroico grito».

En todo caso, se puede deducir del testimonio de José María Serra, testigo ocular, que hubo muchas vacilaciones, pues, algunos de los complotados no acudieron a la Puerta de la Misericordia como se había pautado previamente, sino que, por el contrario, se quedaron en sus casas: «creíamos que el número de los concurrentes sería mayor, pero desgraciadamente éramos muy pocos. Comprometida es la situación —dijo Mella—, juguemos el todo por el todo; y disparó al aire un trabucazo»

La segunda de aquellas explicaciones, indica que, el trabucazo de Mella se trató de algo accidental. Manuel Dolores Galván, secretario personal de Sánchez, también inmerso en los acontecimientos, ofrece la perspectiva de que estos sucedieron de forma improvisada. El trabucazo de Mella habría sido accidental, según él, pero obligó a los congregados a ocupar la Puerta del Conde. Tras el disparo impetuoso de Mella, José Gertrudis Brea, padre de Josefa Brea (esposa de Mella) le amonestó diciendo: “¡Pero Ramón, por Dios, este momento es sumamente crítico y una imprudencia puede dar al traste con nuestro propósito!”. Al escuchar el disparo, Sánchez se apresuró al lugar donde estaban reunidos los complotados y recibió allí la excusa de Mella. Otro testigo ocular que confirma el disparo accidental de Mella es Manuel Joaquín del Monte —hermano mayor de don Félix María del Monte, padre de la literatura dominicana—, cuando escribe «estándose ya reuniendo la gente detrás del matadero, Ramón Mella no sé qué iba hacer con su trabuco, y se le fue un tiro»

El estruendo provocado por trabucazo de Mella aquella noche, alertó a las autoridades haitianas, quienes bajo el mando de Deó Hérard, hijo del presidente haitiano Charles Hérard, se dirigieron a la Puerta del Conde a investigar el origen de aquella muchedumbre reunida allí. Deó Hérard pretendió imponer el orden con su presencia, sin embargo, fue recibido a tiros por los dominicanos que allí se encontraban. Los dominicanos que habían llegado con él en calidad de soldados desertaron para unirse a los revolucionarios, colocándolo en una posición desfavorable que le obligó a huir.

No todos los testigos oculares estuvieron de acuerdo con esta hipótesis del accidentado disparo, pues, Marcos Evangelista, dio a entender —dice una nota escrita del historiador Vetilio Alfau Duran— que el trabucazo no fue improvisado, sino que había sido señal preconvenida de los insurgentes: «el tiro disparado por Mella nos hizo llegar a más gente de los que estaba comprometidos». Accidentado o no, el célebre trabucazo es hijo legítimo de la vehemencia de Mella, fruto real y positivo de su temperamento impaciente e impetuoso, pero audaz y valiente.


Libros consultados

1- Ramón A. Ferreras: “Sánchez (Fundador de la República)”; El Estudiante, Santo Domingo, 1989, págs. 72-73

2- Manuel Dolores Galván: “Memorias sobre sucesos políticos”, Editora Nacional, Santo Domingo, 1976, págs. 19-20.

3- Roberto Cassá: “Antes y después del 27 de febrero”, Archivo General de la Nación, Santo Domingo, 2016, págs. 187; 191.

4- José María Serra: “Apuntes para la historia de los Trinitarios”, 3ra edición, Colección Enriquillo, Santo Domingo, 1974, pág. 22.

5- Vetilio Alfau Durán, Leónidas y Alcides García Lluberes: “Ensayo sobre el 27 de febrero”, Vetilio Alfau Duran: “Apuntaciones en torno al 27 de febrero de 1844”, Santo Domingo, tercera edición, 2006, pág. 135-136.

6- Julio Manuel Rodríguez Grullón: “Duarte 25”, Grafica Willian, Santo Domingo, 2020, págs. 96; 103-104.

7- José Gabriel García: “Compendio de la Historia de Santo Domingo”, Tomo I, tercera edición, Imprenta de García Hermanos, Santo Domingo, 1893, pág. 558.


Edwin J Peña

Estudiante de Historia en la Universidad Autónoma de Santo Domingo.

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