Por: Jonathan De Oleo Ramos
Como joven investigador y profesional de las Ciencias Sociales, así como cibernauta de la era digital que vivimos y promotor de estos temas en este mundo globalizado, además como ciudadano que ha vivido este proceso de pandemia mundial, entendiendo que el folklore tiene la particularidad de ser un conjunto de costumbres tradicionales e importantes sucesos históricos. Sin embargo, con el avance de la tecnología y la vida globalizada, la cultura y el folklore se han visto obligado a adoptar nuevas costumbres que trascienden las modas y pasan a ser representativas de la nueva organización de la sociedad, es decir, de su identidad y colectivo.
El colectivo, en tiempo de pandemia del covid-19 y ahora la postpandemia, ha asumido la virtualidad como un puente de transmisión de elementos o eje transversal, para visibilizar las costumbres identitarias y culturales de los pueblos.
Es por esta razón que los trabajadores del folklore, académicos, investigadores y gestores culturales que han vivido y viven esta realidad, están hablando de un “folklore y una cultura virtual”, tomando en cuenta, lo que plantea la antropología y la sociología: “que la cultura se transforma, por la necesidad del individuo y su entorno”, por eso se pone en valor y se recrea, en este caso desde la virtualidad.
El mundo ha cambiado en breve lapso de tiempo, ya es usual el uso de los términos como: asintomático, curva de contagio, pandemia, cuarentena, incubación y postpandemia. Suman millones en el mundo las personas que se nos han ido de este plano, entre muchos otros fenómenos colaterales que forman parte del nuevo vocabulario cotidiano, y que parte de una nueva normalidad que lleva consigo una reingeniería hacia la virtualidad, donde la cultura y su quehacer social, no pueden estar ajeno a estos procesos.
Por ejemplo, una población que consumía ciertos alimentos tradicionales de producción local, disminuyó su producción ante los cambios económicos y de comercio que incorporaron nuevos productos alimenticios que compiten con los tradicionales. Con el paso del tiempo, disminuye el consumo y la producción de los alimentos tradicionales en las generaciones venideras.
Esa es la razón por la que muchos países junto a organizaciones han creado campañas denominadas: consume lo nuestro, hace unos meses pude ver el trabajo del FEDA, una institución gubernamental, apoyando los productores locales, bajo esta misma campaña, iniciativa que apoyamos y aplaudimos y seguimos dando seguimiento.
Virtualidad y consumo cultural
El sector cultural no se quedó atrás en este largo proceso que vivió el mundo con la pandemia del Covid-19, es por eso que en distintas partes del mundo las bibliotecas virtuales estuvieron al alcance para quienes tenían un dispositivo inteligente y una conexión a internet y eso en la mayoría de los casos, abrieron sus espacios para uso de manera gratuita.
Por igual los museos, crearon programas adaptados a la virtualidad y de ellos una gran cantidad, ya han establecidos esos programas para quedarse. Existen recorridos virtuales de museos, conciertos colectivos o individuales, conferencias asincrónicas, talleres virtuales, salas de lectura en internet, lecturas en línea y muchos otros formatos son las ventanas de acceso al mundo.
Los museos como recursos para la patrimonialización establecen la posibilidad de que los ciudadanos comprendan la función e importancia de la consagración histórica y amplíen sus horizontes educativos. Además, de que una buena educación sobre la importancia de los museos establece proyectos políticos para la conformación de nuevos criterios nacionales, ya que los museos se inscriben como parte de un conjunto de prácticas de control de difusión de los contenidos culturales al servicio de la vida pública y prosperidad del país (Mattila, 2018).
Folklore, identidad cultural y sociedad
En sociología, la identidad colectiva se concibe como el componente que articula y da consistencia a los movimientos sociales, así lo establece (Tauraine, 1993). en su trabajo sobra sociología de «acción»
En antropología, la identidad cultural y su transformación ha sido uno de los ejes centrales de investigación, primero bajo el enfoque esencialista, según el cual la identidad es un conjunto de propiedades y atributos característicos de un grupo en los trabajos de Judith Friedlander y George De Vos. Por lo tanto, la construcción de la identidad colectiva está relacionada con el proceso de socialización primaria y especialmente con la secundaria, que se desarrolla en función del contexto social.
En este sentido, para compartir este trabajo con el lector, hemos estudiado a Habermas (1987) y este distingue tres fases de integración de la identidad, estas son:
- Simbólica: En la que la homogeneidad del grupo hace posible el predominio de la identidad colectiva sobre la individual. Aquí los individuos se encuentran unidos por valores, imágenes y mitos que constituyen el marco normativo del grupo y, por ende, el elemento cohesionador.
- Integración comunicativa: Corresponde a las sociedades modernas, en donde la marcada especialización trae consigo una diversidad de espacios sociales y culturales y una ruptura de creencias.
- Identidad colectiva: Se presenta en forma cada vez más abstracta y universal, de tal manera que las normas, imágenes y valores ya no pueden ser adquiridas por medio de la tradición, sino por medio de la interacción comunicativa. En este sentido, es necesario un papel activo de parte de los individuos, de eso depende que se identifiquen con su grupo.
Virtualidad y acceso cultural en pandemia
Bajo estas premisas expresadas anteriormente, la identidad colectiva en la sociedad moderna ya no resulta de una imposición, sino de una elección por parte de los sujetos; por eso es indispensable revisar cómo se da el proceso de transformación cultural por el colectivo, sin dejar atrás la integración y el uso en la cultura y la tecnología, en esta de manera particular las redes sociales y lo referente a la virtualidad, que se puso de referencia durante la pandemia del coronavirus y luego ha sido asumida en el mundo como una prioridad en el quehacer cultural, como en todos los campos.
La democratización de una cultura como aquella que fuese subrayada por Vincent Dubois en su discurso en los años 1930 construye la existencia de una intervención pública a favor de las artes, lo cual legitima el acceso de todos los museos en el marco de políticas culturales más inclusivas (Négrier, 2020), haciendo uso de nuevas tecnologías para garantizarlos en el colectivo.
Por ello las plataformas tecnológicas son los nuevos escenarios donde la cifra de audiencia tiene un sentido totalmente diferente, al ofrecer cursos mediante los cuales se pueden adquirir nuevos conocimientos, sin importar aspectos como la distancias y horarios.
Acceso a la cultura en pandemia en República Dominicana
Hoy en día es posible perfeccionar habilidades para gozar de un entretenimiento lúdico, pero sabiendo de la realidad que existe en República Dominicana en cuanto a conectividad y acceso a internet, nos preguntamos:
¿Realmente todos pudieron disfrutar de un acceso efectivo a la cultura durante la época de pandemia?
Esa respuesta puede generar un debate, un congreso, un coloquio, un seminario y hasta el escribir un libro. En lo que llega eso, si me gustaría que a quien le llegue este trabajo, pueda decirnos, si tuvo acceso o no.
Cuando se produjo la crisis sanitaria ocasionada por la propagación del covid-19, la realidad como se conocía tuvo que mudar a un ámbito digital, según la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE, 2020). Podría decirse que el mundo tuvo que estar en línea; produjo una aceleración en la transformación digital del país, la cual no se encontraba preparado. Un ejemplo, fueron las universidades, las escuelas, colegios, empresas tanto públicas como privadas, que o se adaptaban a la virtualidad o dejaban de existir por unos meses largos.
Unos los intentaron y lo lograron, otros murieron en el intento. De todas estas instituciones mencionadas, ya se manejan los resultados, que puede ser un trabajo para reflexionar y analizar en otra articulo como este. Lo digital era visto como un aspecto accesorio de la realidad física. Ello fue resentido en distintas actividades, como aquellas vinculadas con la educación, la impartición de justicia y el entretenimiento por mencionar algunas.
Las personas con acceso a internet pudieron moverse a un esquema de teletrabajo, los niños continuaron tomando clases de manera remota, otros como la providencia divina lo ayudó y los negocios con plataformas digitales siguieron brindando sus productos y algunos de sus servicios.
Actualmente la sociedad se enfrenta a una carrera evolutiva en el aspecto digital y esa evolución abre paso a la supervivencia de aquel organismo que se encuentre mejor adaptado, ahora en lo que aun denominamos la postpandemia.
La cultura y la vida cultural son conceptos que se encuentran previstos en el Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales (1976). Si bien dentro de este documento no se establece una definición simple y limitada de cultura; considera una manera amplia e inclusiva que incluye, pero no limita a las producciones científicas, literarias y artísticas. Entre ellas se destaca la riqueza lingüística de los pueblos, sus tradiciones y forma de vida, a partir de lo mencionado por el Comité de Derechos Económicos, Sociales y Culturales (CESCR, 2009).
De la misma manera se entiende por patrimonio a la adherencia a un sujeto en materia jurídica. Es traducida como todos aquellos bienes útiles al ser humano y se entiende como el conjunto de bienes, derechos y obligaciones que posee la persona, en atención a sus relaciones jurídicas, las cuales pueden ser apreciables en dinero como activo u obligaciones como elemento pasivo (Márquez, 2018).
El patrimonio cultural posee una visión colectiva, puede estar conformada por elementos materiales e inmateriales los cuales tienen un valor universal excepcional desde el punto de vista de la historia, del arte o de la ciencia. Lo anterior forma parte del primer y segundo artículo de la Convención sobre la protección del patrimonio mundial, cultural y natural.
Lo que platean los Organismos Internacionales
La crisis ocasionada por el covid-19 cerró distintos centros culturales y artísticos tales como; museos, galerías, talleres, festivales, teatros y otras infraestructuras, la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura señaló que durante la pandemia en el año 2020 se cerraron 6908 teatros, 7516 museos, y 21928 bibliotecas, lo cual dejó sumamente afectado al sector cultural, según la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO et al., 2021). No obstante, a partir de este punto fue posible replantear la sostenibilidad de este tipo de espectáculos en un ambiente digital.
Dicha situación que afectó a todas las personas que dependían económicamente de este sector, así como a los interesados en estos servicios. México se apuntó en la vanguardia digital a través de medios digitales ofreciendo materiales como videos, fotografías, libros de acceso abierto; además de convocatorias para los artistas con el fin de impulsar la creación de materiales pictóricos y de dramaturgia (Moguillansky, 2021).
La cultura es un elemento crucial de cualquier sociedad y su devenir. Todos los pueblos comparten la misma historia denominada “humanidad”. Comprenderla implica una capacidad para interpretar las condiciones de existencia tanto del individuo como de la sociedad, por ello resulta tan importante su protección y promoción, en la cual deben converger los gobiernos y los particulares. Las organizaciones culturales ocupan un lugar importante en estas actividades dentro de la sociedad mexicana, principalmente al encargarse de la promoción y difusión de la cultura.
Gracias a estas es posible la transmisión de una determinada identidad, basada principalmente en el patrimonio tangible e intangible. Por su parte, La oferta cultural del siglo XXI se apoya en los avances tecnológicos para tener una mayor cobertura de difusión, sin embargo, llega a una coyuntura donde exponen la evaluación de la intensidad de su oferta frente al número de espacios culturales disponibles para su desarrollo.
El CESCR (1999) en su observación general número 13 señala que el derecho a participar en la vida cultural refiere a que toda persona puede actuar de manera libre, con la posibilidad para buscar, desarrollar y compartir con otros sus conocimientos y expresiones culturales, así como actuar con creatividad y tomar parte en las actividades creativas. Lo anterior se cumple parcialmente a través de la promoción cultural en las plataformas digitales. No obstante, el éxito es considerablemente bajo, ya que el internet posee diversas plataformas que no forzosamente tienen contenido cultural o educativo, pero pueden resultar más atractivas para las personas.
A modo de conclusión, recordemos que el acceso a la vida cultural implica conocerla y comprenderla, por lo que se debe garantizar el acceso y la contribución a la cultura tanto en el contexto personal como comunitario, sea en tiempo normal, en pandemia o postpandemia.
Todas las personas pueden y deben gozar del acceso a la cultura, así lo establecen los derechos humanos y la cultura, aunque muchos y muchas un no lo entienden y se resisten a creerlo, es un derecho, en el caso de los dominicanos, en la constitución del año 2010, está establecido el derecho a la cultura en el artículo 64.
Es esta es la razón, por la que los gobiernos y las autoridades, están llamadas y deben hacer esfuerzos urgentes para adoptar medidas tendentes a asegurar la existencia de condiciones que permitan la participación del pueblo a estos derechos, por lo que las limitaciones no deben establecerse como pretexto, tal como nos tienen acostumbrados.
Como dice Martí: "Los derechos se toman, no se piden; se arrancan, no se mendigan" y la Cultura es un derecho.
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