Por: Edwin J. Peña

«Y en efecto, Bernal Díaz es el único cronista que se atreve a citar novelas de caballería, que, como se sabe, constituían la lectura favorita desde fines del siglo XV y principios del XVI. Esos relatos de caballeros andantes en tierras encantadas exaltaron la imaginación de los conquistadores en una época en que todo libro impreso tenía el prestigio de la verdad, y movieron sus ánimos a empresas heroicas, con la esperanza de encontrar tesoros, maravillas, aventuras gloriosas. La influencia de esas novelas se reflejaba sutilmente, pero los cronistas citaban. En parte porque los moralistas y humanistas del siglo XVI protestaban contra esas historias mentidas (llegaron a prohibirlas)…»

Historia de la literatura hispanoamericana de Anderson Imbert.


Cuando en su Historia de la literatura hispanoamericana, Anderson Imbert dice que Bernal Díaz es probablemente de entre todos los cronistas de india, el que resulta más interesante, no se equivoca, pues de todas las crónicas, es la «Verdadera historia de la conquista de la Nueva España» la más apasionada y discutida, superando incluso por mucho a crónicas como la de Oviedo o Las Casas. Y la razón yace precisamente en el hecho de que Bernal Díaz no fue prejuicioso como fueron los otros en un sentido literario, mientras que Oviedo y Las Casas imitaron un estilo castizo, renacentista y medieval, recurriendo a grandes volúmenes de historia y teología, Bernal se inclina por el más despreciado de todos los géneros, la novela, escribe sus crónicas con sentido novelesco, como una novela de caballería, con el fin de atraer al público, no solo para darles una historia entretenida, sino también recurrir a esa tendencia humana de ir a lo prohibido.

La novela, principalmente la de caballería, era simplemente despreciada, considerada perniciosa y malévola. Por eso la novela tuvo una aceptación tardía. El gran cronista oficial de las Indias, Gonzalo de Oviedo, criticó fuertemente este género literario, sintiéndose incluso avergonzado de haber contribuido en él en la edición de una novela de caballería llamada “Claribalte”, la cual tachaba de ser una vana ficción. La novela, el más tardío de todos los géneros literarios, entra metafóricamente con el pie izquierdo a la historia de la literatura occidental, porque sobre ella cae desde su alumbramiento, toda clase de prejuicios y vanas supersticiones. El propio Dante Alighieri, aunque indirectamente, hace una crítica a este género literario a través del infortunio de Francesca di Ramini y Paolo Maletesta, cuñados que se ven envueltos en un apasionado romance, mismo que los condena al segundo circulo del infierno. Francesca, en conversación con Dante, admite que cayó en ese romance por influjo de una novela de caballería llamada El lancelote, que cuenta la historia del romance prohibido de Sir Lancelot y la reina Ginebra.

La primera critica que hace Cervantes en su Quijote, es precisamente hacía las novelas de caballería, he aquí lo irónico, el más grande de todos los novelistas que ha parido la historia universal, escribe una novela y en ella crítica despiadadamente a las novelas de caballería, que fueron, según Camila Henríquez Ureña, la primera forma genuina de novela en la cultura occidental. La crítica de Cervantes es clara, las novelas son capaces de trastornar tu mente, como lo hicieron con don Quijote. El hecho de que Bernal Díaz haya elegido este estilo para escribir su crónica, atrajo a las masas. No solo a hombres, sino también a mujeres. Según Camila Henríquez Ureña, en el servicio, una de las mujeres solía leer novelas en voz alta, mientras las demás hacían su labor. Santa Teresa de Jesús misma nos habla de su afición juvenil a las novelas de caballería, afición que confiesa haber adquirido bajo la influencia de su madre, gran lectora de este género, en contra de la más sensata opinión de su padre. Con Goethe sucedía lo mismo que con Santa Teresa de Jesús, fue a través de su madre que se inició en la lectura de este género. Las mujeres fueron, es un hecho documentado, las primeras lectoras de novelas cuando se inició la era de la literatura leída. De modo que, el gusto por las novelas y su aceptación se debe precisamente a las mujeres.

El problema con la novela era precisamente por sus elementos ficticios, ya que imaginativamente se podía contemplar otras formas de ver el mundo o, mejor dicho, producía un escape a la realidad. La novela misma nace como una inconformidad con la realidad, con la cruda realidad que proyectaba la Edad Media. Eran estas vanas ficciones como alguna vez las llamó el gran cronista de Indias Gonzalo Fernández de Oviedo, las que podían trastornar la mente.

Es sabido –continúa Camila Henríquez Ureña– que cuando se instauró el gobierno español en las colonias americanas recién establecidas, se hizo prohibición expresa en las leyes, de la lectura de novelas, como libros profanos y capaces de exaltar la imaginación y provocar insensatez. No se pudieron leer tales obras libremente en las colonias hasta el periodo de las guerras de independencia; aunque sabemos que se leyeron siempre a escondidas. La lectura de novelas era poco común en hombres, la censura religiosa dirigida a la literatura ligera en general, afectaba sobre todo a la función novelesca, por ello la vida de un lector debía estar orientada para entonces, a un imperioso sentido ético y debía valorar sobre todo, más la verdad de la historia, que la belleza de la fantasía que ofrecían las novelas, el mismo Garcilaso de la Vega, que desde su juventud leía con placer, llegó a decir que aborrecía las novelas de caballería y que solo se debía tomar en cuenta este género cuando se trataba de historia a las que se les incorporaba elementos novelesco, como fue el caso de Bernal Díaz y su Historia verdadera de la conquista de Nueva España.


Edwin J Peña

Estudiante de Historia en la Universidad Autónoma de Santo Domingo.

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